sábado, diciembre 23, 2006

jueves, diciembre 21, 2006

J.

Despertó muy temprano, el fino frío no lo inmutó. Se bañó. Se peinó. Se vistió como un autómata y salió al patio. Desató a Yango, el viejo perro caniche, y vio cómo se escapaba emocionado a los terrenos baldíos. Metió las manos en los bolsillos y regresó a la habitación. Todos estaban dormidos, los contempló. Se despidió de su mujer y sus hijos, les dio un beso y volvió a salir. La calle abrupta, sin pavimentar, no daba chance a equivocaciones. Encendió su viejo sedan y bajó lento por el camino pedregoso. Sintió que arrollaba al frió que se pegaba en las piedras, y recordó la primera vez que llegó a este lugar. La imagen en su mente lo presentaba todavía escuálido y subiendo a pie la larga cuesta cargando un antiguo ropero, única herencia tangible de su mamá; entonces, inevitablemente, se acordó de la fiesta del pueblo en que su madre había bailado mucho antes de morir. La gente y los parientes le contaron que ella había estado jovial y muy hacendosa ese día—era como si lo esperase—decían, —como si supiera que ocurriría. Cerró sus ojos y apretó fuerte el volante, irguió su espalda y rememoró entonces la llamada cruel, en donde le informaban la muerte de su madre; la distancia se convirtió en un oasis de tristeza, y los minutos, y las horas que tuvo que pasar para llegar a su pueblo fueron los más insoportables de su vida. Una piedrota golpeó la fangosa defensa de su coche y desvió sus pensamientos. Se concentró en el camino y no más en los recuerdos cotidianos, fundamentales para que fuera él así. Las chabolas se quedaban arriba, desde abajo se veían hechas ovillos, perezosas, como resguardándose del frío que se ancla en los cerros. Único en el avance, escuchó ladridos de perros guías, llamados así porque dirigían a los caminantes que se aventuraban en estas colonias lejanas; escuchó murmurar a gentes que desaparecían detrás de una cortina raída, y creyó escuchar los ecos de los cantos del gallo. Miró mechones de humo enredándose en las protecciones de las ventanas; observó los cables infinitesimales, el collage de anuncios que ocultaba el revoque de las bardas, la pintura gastada de las puertas; presintió que las ventanas cerradas estaban por abrirse y quiso quedarse porque imaginó la luz que enmarcaba los vanos anteanoche, punteando de luz los cerros. La multitud de habitantes le abría paso sin saberlo, y, todavía con los ojos cerrados, cubiertos como una yema de huevo, con una sábana blanca, o ya fuera tomando un café encerrados en sus minúsculos cuartos, se despertaban ignorando que afuera se aglutinaban en los pensamientos de alguien que los existía. Se hablaban sin ser oídos. Ignoró las señales y se aproximó a la zona de camino pavimentado. Frenó, y con precaución desmedida esperó a que estuviera despejada la vía para andar en ella. Conducir una máquina lo levantaba de esta tierra quieta—pensaba—lo hacía diferente. Pisó el acelerador y el viejo sedan respondió con un chirrido que no lo desesperó, al contrario, infundió en él mucha alegría.

lunes, diciembre 18, 2006

gigantic

Carámbanos

Huyendo con celeridad el gigante Roberto atravesó colinas. Huía de su amada Dela. Aplastaba árboles a cada paso. Sus ojos rosados dejaban salir goterones de lágrimas que al tocar el suelo hacían brotar de la tierra dalias. Las estrellas desaparecieron el día y a él. Sin lenguaje y solo, ocultó su pesado cuerpo en una antigua bóveda de piedra. Ahí lamentabase en el silencio de las paredes negras. Sus gemidos ahuyentaron a murciélagos que en su loca huída estrellabanse con churupetes luminosos. En la concavidad, el verde luminoso de los bichos que morían descendía lento, hasta apagarse en el suelo de la caverna y volver a negar toda visión. En la oscuridad, la cavidad se abría más para Roberto. Su estatura no gobernaba ya las cosas. La cueva era imponente. Sollozaba en ella como volviendo al vientre de su madre, y la penumbra eran los ojos de ella que lo consolaban; y al estirar sus larguísimos dedos y tocar las paredes de piedra caliza sentía una vieja caricia. Su memoria se poblaba de imágenes y aparecía Dela con su bolita de abalorios en el cabello. El frío de las profundidades no lo inmutaba, al contrario, cesó su llanto y adentrábase más al hueco de la tierra, a este paraíso cárstico del que hace muchísimo tiempo la luz fue expulsada. Se abrían túneles y pasadizos entre anfractuosidades y antiquísimas estalactitas, oquedades por donde caían cascadas infinitas que el gigante Roberto no podía ver, y sin embargo escuchaba con atención el misterioso goteo, y pensaba que el rostro de su amada Dela era todo lo que le rodeaba: intocable, invisible, lejano, aunque le bastaba alargar los brazos para palpar la superficie rugosa y erosionada de la caverna, él sabía cuan pequeño era en el mundo, y su gigantismo, del que huía la gente al verlo, era algo que los ojos de su amada nunca vejaron. Suspiró. Estaba lejos y aquí. Exhalo su último aliento. Cogió del suelo una piedra y se la echo a la bolsa. Y se guiaba a los confines tropezándose con las estalagmitas con la esperanza de alcanzar la muerte. Su escape al fondo era un arrebato de valentía o de torpeza del que el azar no tenía la culpa, mucho menos el destino.

martes, diciembre 12, 2006

Sueño

Al despertar me dio frío. El resto de la noche los pobladores celebraron a su virgen con música y comida, también hubo cohetes en el cielo que rivalizaban con las lucecitas de Navidad, pero armonizaban en una ciudad inmersa en la tranquilidad y recato. En la agonía de la madrugada el vocerío continuó y la molestia del frío se convirtió en un motivo para despertar, así que me levanté. Noté que la piel del cuerpo tenía oasis de escarcha y mis ojos nubosos no cesaban de parpadear, mas no hubo preocupación, hasta que al tratar de seguir caminando por el pasillo de la casa, mis pies los sentí pesados como si llevara un calzado hecho de bloques de hielo; ni siquiera podía flexionar las rodillas. Tenía medio cuerpo congelado. Inútil hacer algo con las manos, presentí que si me dejaba caer podría quebrarme y perder las piernas o la vida. Todos, hasta el gato, despertaron y me veían allí de pie, estático como una pieza de ajedrez esperando que alguien me moviera. Y no decían nada, les parecía normal—pensé—, todos se dedicaron a hacer lo que tenían que hacer y a mí me dejaron allí. Unos abrían los grifos y se bañaban, otros encendían estufas y preparaban deliciosos desayunos; se sentaban en su mesa de estudio para repasar la lección inconclusa y continuar; se cambiaban y al mismo tiempo se peinaban; abrían las puertas y salían, bajaban todos rápidos como en un tobogán. El gato y el perro dormían. Y no había nada, y yo no decía nada. Era como si después de un rato no me hubiesen visto o como si todos al despertar hubieran creído que seguían soñando y que era una maravillosa coincidencia que todos soñaran lo mismo. Se fueron y me quedé sin habla, ya no tenía frío pero entonces empezó el doloroso final. Empecé a manar agua, era fatídico pero el hielo se desasía. Al paso de las horas la temperatura aumentó y me estaba escurriendo. Y miraba el charco que me rodeaba, pensaba que en minutos vería un tono rojizo en él, pensando que mis pies se derretirían. Decidí tirarme. Con las manos me apoye en la pared y empuje hacía atrás para caerme, y al ir descendiendo al suelo sentí que iba ascendiendo al cielo. Abrí los ojos y todavía tenía el edredón encima de mí, la penumbra de la mañana opacaba el canto del gallo y uno que otro rasgueo de guitarra de los festejos. Todos dormían en la casa, y uno podía asomarse por la ventana y ver otra vez que empezaban a abrir los puestos de flores y que los camiones grandísimos como ballenas escupían flores de colores, y uno recordaba que en la noche el cielo estuvo lleno de luces y que pensó que alguien había arrojado flores en él; y la cortina entreabierta me dejaba ver todo eso, el lento despertar de las gentes para hacer el día. Y olvidaba el frío porque un pedazo de la circunferencia del sol rebasaba ya el cerro que tenía enfrente, y nos calentaba, y hacía más visibles los colores y las formas. Y el vecino abría su cortina y salía de allí su mujer con sus nenes en brazos: vestido de blanco y sombrero y una marca negra encima de su labio el niño, y la niña con un vestido que llaman china poblana, lucía bonita, toda llena de trenzas; y la mañana empezaba a dar sus últimos estertores, se transformaba en un día translúcido como las alas de las mariposas, y claro como los cristales nobles de las ventanas de las casas que nos permiten escapar la vista al pavimento, al cerro, hacia el mercado, a las avispas que se juntan en los puestos de flores, a los que compran un barquillo al heladero. El ruido de la máquina de las tortillerías acompañaba a los que llegaban a esas calles, y el de hombres que anunciaban viajes a Chilapa era la señal que unos esperaban para irse. Porque aquí estamos de paso. Se les veía llegar con grandes ojeras, marca de la fiesta nocturna y seguramente recargarían su frente en el vidrio del transporte, rendidos en un profundísimo y merecido descanso. —Qué haces allí—me preguntó una voz—veía… miraba algo de la ciudad. Sabes que soñé que tenía mucho frío y entonces mis piernas eran blancas como la nieve, pero no era así de suave, sino que eran como pedazos de hielo y que no me hacían caso, y cuando me caí subí a no sé dónde…

lunes, diciembre 11, 2006

Extraniandote



El polvo de estrellas del cielo en la arena del mar.

jueves, noviembre 23, 2006

Sin ti

Sin control sin dirección sin espacio sin vacío sin nada sin tardes malvas sin luz sin ojos sin tus ojos sin boca sin escritura sin vida sin alas sin brincar sin correr sin ánimo sin yelmos sin alegría sin tristeza sin cielo sin claustros sin violetas sin gatos sin cabello sin horizonte sin precipicios sin locuras sin miércoles sin color sin belleza sin chirlos sin origen sin sabor sin esperanza sin trenes sin la sonrisa de mamá sin el orgullo de papá sin techo sin escuchar sin condimento sin infancia sin energía sin besos sin caricias sin soledad sin nadie sin oxígeno sin lágrimas plañideras sin aceras sin alimento sin correr sin un centavo sin miedo sin recuerdos sin extrañar sin sorpresas sin juníperos sin imaginar sin amor sin árboles sin pan de baqueta sin pena sin licuados de mamey sin éxito sin armas sin compañía sin bailarinas de ballet sin arañas sin amigos sin sufrir sin morriña sin sonreír sin respirar sin bucear sin mujer sin corazón sin manos sin gusto sin hablar sin destino sin tu abrazo sin albañiles sin vista sin coraje sin color sin sílabas sin espejo sin envidia sin deseo sin quietud sin libertad sin patios sin remordimiento sin espinas sin azulejos sin destellos sin estrellas sin costa sin omnisciencia sin maravillas sin trópico de cáncer sin cobardía sin límites sin palabras sin comida sin genuflexiones sin libretas sin agua sin emanciparnos sin relojes sin enojo sin parpadear sin ropa sin tierra sin norias sin dientes de león sin uñas sin césped sin sexo sin cristales sin zapatos sin aliento sin churupetes sin fósforos sin paredes sin dirección sin frío sin papel sin cobija sin peces sin acrimonia sin cometas sin toqueres sin cuentos sin casa sin rebozo sin planos sin noche sin departamento sin mar sin camino sin pavimentos sin epítetos sin jacarandas sin raíz sin nubes sin zapatos sin estrías sin edificios sin hojas sin memoria sin funámbulos sin pájaros sin esquirlas sin chispas sin castillos sin diademas sin pechinas sin azúcar sin cartas sin sonidos sin otoños sin julios sin el silencio de mi hermana sin tono sin sol sin regalos sin cerros sin fiestas sin himnos sin paseos sin conventos sin poemas sin la sinfonía del nuevo mundo de Dvorak sin presencia sin calor sin números sin claves sin dibujar sin gloria sin camisa sin bosque sin nombre sin collares sin humedad sin timidez sin lluvia sin terciopelo sin chochitos sin vítores sin pesadillas sin cólera sin tiovivos sin dulce de calabaza sin aretes sin ventanas sin aroma sin tinta sin piel sin girasoles sin cadenas sin espadas sin Torre Latinoamericana sin molestar sin mezquites sin centímetros sin muerte sin aullidos sin voz sin tiempo sin ti.

miércoles, noviembre 15, 2006

Fuera de Ogarrio

Esto es un caleidoscopio muy aburrido y tengo una terrible sed, una impaciencia tremenda, quisiera escapar. En las tardes no hay caléndulas. Deseo caminar envuelto por ese cielo gris, es mi único pensamiento. Llega la noche y absorbe mi sueño, y me acecha esta habitación; si al menos fuera triste—pienso—le encontraría cierta belleza. Lo único que puedo hacer es escribir, pensarme lejos de aquí. Recordar: salimos ya sin la pesada carga de las maletas, yo estaba contento, pues iba contigo, pero tú lucías intranquila. La violencia de las montañas no nos asustaba y la carretera estaba lista para nosotros. Nos subimos a la camioneta de la pasma, y nos llevó—los dejaremos en la que va a Matehuala—dijeron. El paisaje era inabarcable con la vista, cactos gigantescos alfireteaban el cielo, el polvo rojizo de las montañas parecía que te hacía llorar. Los policías vacilaban, y cuando volteabas a verme sonreías leve. Parecía que imaginabas a todos aquellos que llevarían nuestros objetos como suyos en par de días. Cuantos Alonsos y cuantas Carmenes andarían por allí, haciendo infinitesimales paseos. Lo que me alegraba era que estaría ese recuerdo viviendo siempre, corriendo, caminando, encontrándonos. Entonces nos bajaron—hasta aquí—dijeron. Sin ningún peso en la bolsa, pediríamos raid, y eso te emocionó mucho. Calculamos que demorarían mucho en levantarnos, la vía lucía vacía, recta infinita, y todo alrededor era un montón de cerros rojizos, de nubes aisladas. La tarde se nos venía encima, y nos hacíamos muy pequeños. No pasaba nada. El cielo abría sus ojos, mil estrellas parecían diademas en el cabello de Carmen. Una motita a lo lejos nos dio alcance, era un camión materialista color naranja. Se detuvo dos metros y nos llevó. El conductor era un joven muy sonriente y silencioso. Nunca habíamos estado en un vehículo que llevara los asientos tan altos, y nos hacía felices. Mirábamos cómo se terminaba el color ladrillo del paisaje y una fila de árboles pequeños empezaba a aparecer, después hombres en bicicleta, autos empolvadísimos, una ventana por la que se asomaban dos gatos. Aquí nos bajamos, el conductor amabilísimo nos acercaba a Matehuala, donde podríamos conseguir efectivo para componer el viaje. Atravesamos el pequeño pueblo solitario, e hicimos paradas a varios coches. Subimos a una 4x4, hambrientos y poco cansados, nos sentamos y estuvimos en silencio alejándonos del polvo, y de nosotros. Las llantas zumbaban en la carretera y la intermitencia de la línea blanca en el asfalto me anestesiaba. Carmen tomó su cuaderno y empezó a dibujar sobre el pentagrama a las personas que iban en la cabina: era un señor de gafas muy oscuras y gemelos sonrientes, creí que éramos nosotros; entonces las luces anunciaban sorpresas y Matehuala. El trayecto duro poco, me hubiera gustado seguir mucho más tiempo, con el viento despeinándonos, inhalando un fino frío, y mirando lo pequeño que son los habitantes del mundo. Nos dejaron en el centro, al lado estaba el banco y cómo deseé que no tuviera lana, prefería seguir caminando, pero no podía ser egoísta. Tomé todo lo que tenía y después fuimos a comer. Estábamos sucios y nos aseamos un poco en el baño del restaurant. Hicimos planes de tomar un bus para Dolores, ya muy noche, y dormir en él para no gastar en hospedaje y tener más para nosotros. Compramos los boletos y después vagamos haciendo tiempo en el centro del pueblo—es el lugar más feo en el que he estado—decía Carmen—es un lugar muy frío—sin embargo yo sentía que la vida era maravillosa. El frío nos picaba y gastamos el dinero que teníamos en un rebozo. Carmen se lo puso y yo la vi más hermosa que el mundo. Ella era toda risas, parecía que olvidaba de una vez el robo de nuestras cosas, el robo de su identidad en un país desconocido, el robo de partes de su vida, el robo de recuerdos, el robo de afectos, el asalto a su intimidad, y yo, sentí que al perder la maleta me habían robado lo triste de mi vida, la soledad, el enojo, la apatía; y entonces miré su cara toda llena de las luces de la plaza y la miré todavía más linda, más hermosa. Y en mi corazón amé la vida.

Camino a Matehuala

viernes, noviembre 10, 2006

Llegada y salida

Llegada

Muy rápido pasa el día. Rodeado de gente vana que se pone una carcajada como antifaz para mostrarse franca. Personas amables, tranquilas, inofensivas ‘a fin de cuentas’, repletas de lugares comunes. Me vuelvo uno de ellos. Me disfrazo de ellos. Mis manos están secas, blandas. Me duelen los dientes de tanto rasparlos con mis dientes. En silencio, ‘en boca cerrada no entran moscas’. La saliva sabe amarga cuando no hablas, parece que condensa las palabras y se estrellan en ese techo rosado de la boca hasta deslizarse por sus paredes, y la lengua las prueba, y entonces me callo. Tal vez con la llegada de la tarde se propague ese bello frío que cayó anoche. Una lluvia lo trajo mientras paseábamos en las calles llenas de vacío, y mirábamos los semáforos parecidos a maniquís. O tal vez no, y me asuste el croar de las ranas en el patio. Y las plagas de libélulas vuelen a la oficina para estrellarse contra las lámparas. Y cuando ocurra ese espectáculo trágico, yo pensaré en ti para alegrar el mundo: tu sonrisa de naranja.

Salida

Como dice Freud, no hay cosa que le pueda causar
tanto daño a un ser humano, como otro ser humano.


Caminaré sin ti
M.B.


Camino sin ti escuchando el latido de la tierra, los lieders de Schubert. Una señora me regala risas que recorta de la sección dominical ‘lo que somos’ del periódico. Un hombre que sólo había visto en sueños me saluda intensamente. El pasillo lo veo más largo cada día. La botella de agua vacía. Dejan caer rumores y chismes, bajan por los peldaños. La ventana abierta enfría la habitación, mi frente. Afuera se divierten sin palabras, caminan en silencio con los zapatos mojados. Y cada noche me repito en pupilas invisibles. Soy obsesivamente observado, lo presiento. Cuando salgo de aquí todos los temores del mundo encuentran en mí su caja y regresan. Me voy sin voltear la cabeza como Lot. Te recuerdo, sonrío.

sábado, noviembre 04, 2006

miércoles, octubre 25, 2006

De tinto

Los eventos que aquí se describen conforman la memoria perecedera. Es inagotable el recuerdo, pero los detalles: cuantiosos e ínfimos, sólo sobreviven algunos días. Estamos hechos de un presente muerto, estamos siempre vestidos de luto; con nuestras sonrisas que ya dejan de serlo, con alegrías compartidas y música de David Bowie. Ayer, idos esos minutos sólo nos quedaba la confirmación, ya por la noche, del evento merecido que terminó con la fugaz alegría de papá. Las horas parecían un péndulo, anunciaban con todos los paisajes: la vista de naturaleza, la vista de la línea marina, las ventanas mirando la nuestra al llegar al puerto, el fatal e inevitable roce en el cuello. ¡Ah! lo hubieran visto, allí, vertical, elevado para notarse, escuchándose más que todos, hambriento… y sí, se los comió. Después vinieron los abrazos apretados; sus sonrisas tenían un barniz invisible de sinceridad; y no podía faltar el brindis: la copita de vino: color vino, color blanco, que inevitablemente alegró las largas conversaciones, sobre geografía, geodésicas, ágoras, Giovanni Papinni. El caudal de felicitaciones se extendió hasta la hora en que nos llegó a la nariz el olor a pescado. Entonces uno se asomaba al balcón, y venían estos hombres con grandísimas ánforas y puñados de peces colgándoles sobre su espalda morena, tatuados de sol, y diciéndose cosas que les hacían reír; y uno pensaba luego que llegarían a sus casas, tocarían a la puerta, y los recibirían con una infinita alegría lunar sus esposas, y les harían el amor toda la noche, como si se tratara de un canto de mar, o una especie de espejismo intocable de sombras sobre las manos. Un chasquido me volvía a la realidad, y los vanos bien abiertos nos enseñaban la tristeza de un cuarto en que hace unas horas se estremecía la gente con su risa y su vida. Ahora nos tocaba irnos, seguir el festejo de papá en otro lugar. Los pocos que se quedaban se quedaban solos como mariposas. Nosotros nos adentraríamos en la ciudad; con la celeridad del automóvil podríamos andar de un sitio a otro a nuestro antojo. Qué cerca y lejos el mar, cuando el coche pasaba cerca de la costera, todos dejábamos de hablar o de reír; parecía una ilusión, y ese cristal del auto, cómo lo detesté, porque aún abajo, no servía para dejarlo entrar todo como el aire en la carretera. Qué fácil hubiera sido detenernos, abrir la puerta y escaparse hasta mojarse el traje y los zapatos, pero este pudor nos sobrevino y nos quedamos dando vueltas y gozándolo con sufrimiento.

lunes, octubre 16, 2006

Visible elbisivni

Antes de llegar a casa tuve la impresión de ver su sonrisa de Cheshire. Y al entrar, me recibieron las voces desde la cocina, con la sorpresa de ver a Lawrence sonriendo, y contándoles “yo desee que lloviera, pero no tanto”. Hoy nuestros lazos no son sólo los abrigos, si no las palabras, las “contadas de cosas”; y justo ahora que llegó el tiempo lindo: el frío, que nos sube por los pies como enredadera o muro, es que estamos contentos.

Sonrisa de Cheshire

miércoles, octubre 11, 2006

Comienzo... correspondencia

Falta poco para la hora de salida, no hay mosquitos, porque has de saber que una cantidad numerosa de esos insectos zumbantes deambulan aquí. El color amarillo de la pared ya se opacó, y afuera, nada más alzando poquito la vista y atravesando con la mirada el vano, se mira el aleteo inútil de las hojas: soñándo con volar y su único consuelo es el aire con el que bailan. Yo volaba como ellas, y bailaba con la ciudad. La recuerdo ahora, porque en el pasillo me encontré con esa señora—la que le regalé la semilla—y por diversos comentarios que hicimos, me hizo recordar noches en la ciudad. Cuando salía de trabajar, a las ocho—le decía—me iba caminando, caminaba mucho. Cruzaba el zócalo y me acompañaban un sin fin de desconocidos. Se veían majestuosas las torres de Catedral con esa tenue luz que las iluminaba, y eso era como una gran sonrisa. El olor en el ambiente, que provenía de los mercaderes ambulantes: los puestos de hot cakes; los de tamales oaxaqueños; los de los plátanos fritos; los de los camotes, nunca he probado esas delicias que calientan máquinas que silban. Sabes qué era hermoso: a veces los señores que preparaban los algodones de azúcar, dejaban ir distraídamente, listones de azúcar al cielo; uno caminaba mirándolos volar, dejarse ir, como si allí estuvieran a gusto: la noche se tatuaba de rosa, del azul azucarado. Una vez vi a un muchacho brincar muy alto y atrapar uno, se lo llevó a su novia, y desaparecieron los tres en un beso...

sábado, septiembre 30, 2006

Matchpoint



Matchpoint by Woody Allen

Omiltemi

Mientras llueve el camino se angosta. De las calles más altas corre ligera el agua de la lluvia, baja. Ya no hay paseantes. Los pocos se refugiaron en las tiendas de abonos, en las estéticas y cafeterías. Espero, solo, cubierto de dulce los labios. El escarnio que me provoca el de junto desaparece, lo ignoro. No habrá bombas esta noche, pero sí estarán todos abrigados. Oh lluvia, mal presagio para el festejo que ellas nos tenían preparado. A fuerza de repetir la celebración, ya se hizo costumbre que cada semana última de septiembre, se hagan fiestas en honor al santo. Yo, como hace un año, en distintas circunstancias, iré. Saldré, sustraerán mis zapatos agua a cada paso hasta que el motor de un automóvil me lleve. Imagino que estarán todos quietos, grises como nubes, sentados tomando café o una copita de mezcal. No habrá muchos, supongo, tal vez ya se estén yendo. La iluminación es laxa aquí, no puedo ver claramente, afuera un limbo desconcertante pulula en los pasillos; siempre es así cuando llueve. Debería ya haberme hecho a la idea de que los días con sol son pocos y extraños. No son un ardid, es probable que no los merezcamos. Pero hoy, que se preparó todo para el festejo, hoy llueve irremediablemente. Ya las aguas que bajan del cerro inundan las calles cercanas, los coches, los letreros se hunden; cierro las ventanas, empiezo a ver peces que forcejean detrás de los cristales, abarcan con su presencia todo el patio. Cierro los ojos y me escapo de ese afán, pero la clepsidra en mi pecho suena mucho, me ensordece. Ojala ya no lloviera, ojala que los rayos solares fueran una ancha marquesina, un hermoso toldo, una guía sutil de vidrio donde pudiera sentarme a tomar el té y mirar, melancólico, otra vez llover.

martes, septiembre 26, 2006

arlequín.

(Del it. arlecchino, y este del fr. ant. Hellequin, nombre de un diablo).

1. m. Persona cuyo vestido en un espectáculo o fiesta remeda el de Arlequín, personaje de la comedia del arte, que llevaba mascarilla negra y traje de cuadros o losanges de distintos colores.
2. m. Gracioso o bufón de algunas compañías de volatines.
3. m. Cada uno de los dos bastidores verticales que, en cada lateral, definen con el bambalinón la embocadura del escenario en los teatros.
4. m. coloq. Sorbete de dos o más sustancias y colores.
5. m. desus. Persona informal y ridícula.
6. m. desus. Tejido de hilo o lana y de colores variados.

Victor Vasarely
Victor Vasarely-Arlequín
Técnica mixta
59 x 39 cm

miércoles, septiembre 13, 2006

jueves, septiembre 07, 2006

Sentir

En Fuegos, Marguerite Yourcenar dice:

" En el avión, cerca de ti, ya no le tengo miedo al peligro. Uno sólo muere cuando está solo. "

lunes, agosto 14, 2006

Sin ti ciudad

Primero un lugar, luego un nombre. Después vendrían los días, las calles, las fachadas albas. En un laberinto violado, lleno de cloacas y cornisas, donde asoman los ojos de varios gatos que te miran, vas. Tú no haces caso y continuas por la vía, desciendes de la acera, te acuerdas que es “mejor caminar en el medio de la calle”, por la vista, para que te vean. No sabes cómo llegaste, pero te aferras a estar. Caminas todos los siglos de ese camino de la ciudad, la hilera de casonas te recuerdan a los ancianos mudos de la plaza Santo Domingo, estáticos y pesados, bien pegados al asfalto, a la tierra porque son de allí; te distraes, el olor a comida es persuasivo, mas aparece a tres metros, frente a ti, un descomunal camión recolector, no sabes qué día es, te ves sorprendido y de golpe subes a la banqueta: una ráfaga de palabras te llueve de los orondos conductores, es extraño, no distingues ni una. Algunos, se ríen detrás de los espesores del cristal de la lonchería, cesan su risa burlona cuando los miras; “tal vez ellos saben lo que significan”, piensas. Te arrepientes de comer, ignoras el gusto y lo agradable que sería tener lleno el estómago a cucharadas, calentitas, “calentitas”. La memoria te abraza y piensas en tu padre: c a l e n t i t a s —decía— “Cuando llegué a vivir a la Roma, en las mañanas nos desperezaba la voz de Doña Queta, —moreno, vente a almorzar, están las tortillas calentitas, hay leche calentita, anda, apúrate, que se te va hacer tarde; báñate, que el agua está calentita.” Suspiras, los recuerdos te sorprenden en una esquina, ¿por qué en esta?, te preguntas, todo te lo preguntas. Velocísimo circula el transporte público, ignorando el silencio descomunal de los edificios, las ventanas parecen quejarse, porque aparecen sus dueños con las manos en los ojos, desnudos, dirigiéndote cierta mirada de desprecio. Cuando el rojo deviene en verde, continuas con cierta precaución, pensando que esta es una ciudad congelada, a la cual, artesanos ociosos, hicieron orificios con armas demasiado finas, por instantes crees sentir las punzadas dolorosas. Y si nadie más habitara aquí, lo piensas mucho... Imaginas este espacio vacío, con sólo caminantes por todos lados, que pudieran entrar a todos los departamentos, a todas las casas, a todos los nostálgicos patios, como cuando uno entra a la Santísima y Jesús María. Imaginas el respeto absoluto al lugar, venir aquí sería tú devoción. Subir a las azoteas y mirar esta ciudad encendida, visitada siempre. Tal vez lo que la ciudad necesita son visitantes no habitantes, las ciudades viejas, claro, te lo dices a ti mismo, pareciera que dentro de ti hay una lucha, un debate. Los que te ven pasar se asustan, te llamarán loco tres esquinas más tarde, cuando hayan caminado hacia el oriente, porque te ven sonriente, porque te ven solo. Cuando tú voltees, veras su final difuso, opaco. Los que no te ven no saben que existen, son como tú al inicio. Nadie te dijo cómo estás aquí, ya estabas. Todos salimos de un libro, somos palabras regadas en un rellano; algunas sanaron sus cuarteaduras y las volvieron ventanas, otras fueron casas, nombres, hombres, nosotros, tú. Cómo abundan las librerías en Donceles, “el ombligo del mundo”, hay un pasado prehispánico, recuerdas esas cosas, la cercanía no puede ser azarosa, hay algo, hay que encontrarlo, pero, para qué. Días atrás, en los viajes, te sucedieron encuentros milagrosos, fortuitos, sorpresivos, mas no estás tú nada más en los recuerdos, hay alguien dándole la mano a tu sombra. Continuas así, con el misterio. Hay puertas abiertas, miras los zaguanes, no puedes resistirte, entras, te acercas al vertedero seco, asustas a los tordos cuando empiezas a hablar: excentrarnos, dejar el centro, vivir en las orillas, vivir en anillos, ir abandonando casa y calles, muros y árboles, dejarlas solas, únicas, helenísimas, usas esta palabra para decir bellísima, te inflamas como si hubieras tomado mucha agua, tienes sed, de palabras: cuando esto estuviera todo vaciado, y alguna joven, aterrada por la prisa de la mudanza, hubiera olvidado apagar su tocadiscos, llegaríamos los caminantes, y escucharíamos el sonido dulce y misterioso, oculto, hasta encontrarlo, hasta encontrarnos.

Zócalo inundado

sábado, agosto 12, 2006

Espejo

Cuando entro en aquella habitación, veo con mucho desconcierto una mano que no es la mía. La mano parece que levita, hasta que se apoya en la profundidad del espejo y avanza como una hormiga, se detiene, y deja de ser opaca al encender la luz. Miro la mano que suponía ajena convertirse en mi mano que toco. Después, trazo con el índice, las colas y trompas de elefante enlazadas que dejó Laura dibujadas en la pared.

Help Stop the Bloodshed in the Middle East

Dear friends,

Right now a tragedy is unfolding in the Middle East. Hundreds of civilians have died in the bombings in Lebanon, Israel and Palestine and the death toll is rising every day. UN Secretary General Kofi Annan has called for an immediate ceasefire and UK Prime Minister Tony Blair has joined Annan in calling for the deployment of international troops to the Israel-Lebanon border. This is the best proposal yet to stop the violence, but for it to succeed other global leaders need to get behind it immediately. I have just signed a petition urging regional and global leaders to speak out and support Kofi Annan's proposal. If people around the world can persuade their governments to unite in demanding a ceasefire, all sides in this conflict will be pressured to stand down. Can you sign the petition too?

http://www.ceasefirecampaign.org

The petition will be sent to key regional and global leaders and publicized in major newspapers in the Middle East, US and Europe. With enough signatures we can help pressure our leaders to stop the violence.

Thanks!

miércoles, agosto 09, 2006

Acostumbrada al desorden paulatino, acostumbrada a acomodarlo; cuando está ordenado lo desordena, para estar haciendo ‘algo’: así es mamá. Miro sorprendido al despertarme, su silueta fina, tendida, con los ojos cerrados, clausurando todos los misterios. Cuando rozo su mano, su sonrisa toma forma de sorpresa, y yo agradezco ese espacio único, indeleble, infinito. —Mamá, ya me voy—repito su nombre como un canto, y no cesa ella de mirar este rostro que la mira: extiende sus brazos, se levanta; para el abrazo sólo basta un diminuto esfuerzo de ternura, y me rodea, mi madre, como cuando era niño, y este cuerpo está lleno, en esos momentos, de todos los conceptos y alegrías. Mi má... ¡cuánto la amo!
¡Felicidades!

jueves, julio 27, 2006

Cartas

Por las noches, Abel de Alencar, cumplía su misión prohibida. Escondido en una oficina de Brasilia, él, fotocopiaba noche tras noche, los papeles secretos de los servicios militares de seguridad: informes, fichas y expedientes, que llamaban interrogatorios a las torturas, y enfrentamientos a los asesinatos. En tres años de trabajo clandestino, Abel, fotocopió un millón de páginas. Esos documentos, eran el confesionario completo de la dictadura militar, que estaba viviendo sus últimos tiempos de poder absoluto, sobre las vidas y los milagros de todo Brasil. Una noche, entre las páginas arrancadas a los archivos militares, Abel descubrió, una carta perfumada; la carta había sido escrita diez años antes, pero el perfume del papel, no se había desvanecido del todo, y el beso que la firmaba estaba intacto. La huella de la boca entreabierta, parecía fresca, al pie de las palabras. A partir de entonces, cada vez que encontraba alguna carta, Abel detenía sus trajines ante la máquina fotocopiadora. Descubrió muchas cartas. Junto a las cartas, estaban los sobres interceptados por los funcionarios militares. Él no sabía qué hacer, mucho tiempo había pasado, ya nadie esperaba aquellas cartas. Habían sido escritas por personas, habían sido dirigidas a personas, pero ahora eran, mensajes de fantasmas para fantasmas. Y sin embargo, Abel no podía leerlas sin sentir que estaba cometiendo una violación. No estaban vivas esas palabras, aunque vinieran desde los muertos, y desde los olvidados hacia lugares, que ya no eran, y personas que ya no estaban. Abel, no podía devolverlas a los archivos militares, era como devolverlas a la cárcel. Intentó romperlas, y se sintió un criminal. Al final de cada noche, Abel metía en sus sobres, las cartas que había encontrado, les pegaba sellos nuevos, y las echaba al buzón del correo.


Eduardo Galeano

lunes, julio 17, 2006

Por la lluvia de esta tarde

Tocando para ti

Imposible apartarse de...


"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los frijoles, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales".
Bertolt Brecht. (1898)

Notas del zócalo: Sergio Pitol, y Carlos Monsivais.

Nota original

La Gente. Desde hace tiempo, y aún más notoriamente ahora, cada vez que alguien se refiere a La Gente eleva su generalización: "La Gente está contenta, la Gente está indignada, la Gente anda muy triste, la Gente no se va a dejar". De hecho, el o la que describe está hablando siempre en primera persona. Hoy, La Gente es sinónimo del Yo y esta operación donde lo colectivo apenas enmascara lo individual es propia del Tiempo donde el egoísmo a ultranza no funciona y la tradición insiste en el egoísmo.

Por eso, hoy, aquí, quienes desean expresar sus sentimientos y sus pensamientos se los atribuyen a La Gente. Nosotros, por ejemplo, advertimos que La Gente está indignada, alegre, informada y muy decidida.

Ellos -y en pos de la ruta lógica de don Vicente Fox, cuando decimos ellos no nos referimos a nosotros- se han autorretratado a la perfección en su campaña desde el odio en favor del miedo, y sus rasgos delatan la ideología ampliada por la mercadotecnia y centrada en el abuso de poder, el conservadurismo y la proclamación de lo muy necesario de la desigualdad.

Las causas que funcionan sólo a corto plazo son apenas y en rigor promociones publicitarias o desahogos emotivos. La batalla por la democracia es una causa permanente que en este caso pasa por la defensa del voto y de los votantes, de todos los que acudimos el 2 de julio sin excepción. Nuestra causa a corto, mediano y largo plazos es la construcción de la democracia, de la que forman parte esta marcha y esta concentración.

Los patrocinadores del fraude hormiga, los que desataron -y a nombre de la libertad de expresión, nada menos- la campaña de "López Obrador, un peligro para México" exhiben también su mentalidad clasista: si un candidato presidencial es "un peligro para México" lo son también los que deciden votar por él en números tan elevados. Se ha recurrido al desprecio como técnica de entendimiento del país, y al declararse implícita y explícitamente a un gran sector "peligro para México" se ha promovido o "inaugurado" la polarización. No obstante, más que de un país dividido debe hablarse de una mayoría en los alrededores de la concentración extrema de la riqueza.

Por eso el proceso electoral se ha encarecido en forma tan desproporcionada, y por eso la derecha festejaría si coloca a la democracia en la Bolsa de Valores. Esta es la gran disputa: democracia al alcance de todos o democracia (o como quiera llamársele) a precio de oro, con maniobreo incansable adjunto. Al respecto, una propuesta utópica: que en un futuro próximo el salario mínimo de cada trabajador en México sea el sueldo actual del presidente del Instituto Federal Electoral, Luis Carlos Ugalde.

En política, lo contrario del odio no es el amor, sentimiento nobilísimo que, fuera de las fechas sagradas del consumismo, no encuentra su sitio en el mercado. Lo contrario del odio es el ejercicio sistemático de la razón.
También, el desgaste del adversario es siempre un arma de dos filos. El que tiene el poder en sus manos dirige todas sus acciones hacia ese fin. El desgaste del adversario suele producirse, pero el manipulador pierde en la esfera la oportunidad de gobernar. Es un cazador (con todo el tiempo mental invertido en su propósito) y no un gobernante.

Cuando decimos "la derecha" no calificamos de modo alguno a todos los votantes de Felipe Calderón ni los equiparamos con los devotos de El Yunque y agrupaciones similares, así, en su forma más beligerante, esta derecha haya sido el núcleo activador y el club de campaña. No nos toca indagar las razones del voto de los adversarios y sí respetarlas, y esta misma actitud percibimos en los votantes de Andrés Manuel López Obrador y la coalición Por el Bien de Todos.

Por eso sorprende la agresividad enorme de la andanada poselectoral del sector de Calderón, que en Internet, el Agora de la República, no sólo y previsiblemente se obstina en el linchamiento del candidato, sino también menosprecia con gran alborozo a muchos millones de mexicanos y sus exigencias justas.

¿De veras creen que el choteo barato y la difamación disipan las dudas sobre el recuento de votos?

No queremos, no necesitamos, no le concedemos un sitio a la violencia. En 2005 con el intento patético del desafuero y en 2006 con la exigencia de la rendición de AMLO la violencia ha sido la actitud y el instrumento de la derecha, una violencia ideológica, de mentiras y compra de voluntades, y calumnias y mentiras grotescas, y difamaciones y fraudes hormiga. De este lado hay respuestas críticas, a veces ideológicamente desmesuradas o francamente necias, pero que en su conjunto no equivalen en virulencia y alcances mediáticos al menos oído o visto de los espots radiofónicos y televisivos del PAN y el empresariado.

Cientos o miles de millones de pesos invertidos en retener oprobiosamente el poder exhiben la violencia del gran capital sobre la ciudadanía.

Si el dinero a raudales decide quién gobierna, el gobierno que llega obedecerá al dinero a raudales. Si así han querido ganar, así inevitablemente querrán gobernar. Tanto gastan, tanto han de recuperar con creces. Mentir para imponerse es ignorar en definitiva la ubicación de la verdad.

¿Tiene sentido separar legalidad de legitimidad? Si esto se discute ahora es porque la legalidad está usurpada o programada por computadora, y porque la legitimidad es el gran espacio de confirmación de los valores de la República laica.

Señala el día de hoy en un brillante artículo Rolando Cordera Campos:
Fortalecer las instituciones sin pensar ni registrar la existencia del pueblo y su necesidad ingente de organización es bordar en el vacío, hacer de la política juego de salón, y del poder coto privado de los herederos de una riqueza nunca bien habida.

La emergencia de estos días obliga, en primer lugar, a la defensa del voto y los votantes. A partir de allí, sectores vastos de la sociedad mexicana -y ésta no es profecía sino comprobación diaria- seguirán en la movilización crítica si quieren que su acción contestataria perdure. La campaña de 2006 no admitió o no permitió el debate sobre los problemas y las tragedias ecológicas, las catástrofes educativas, las posibilidades del empleo, la inseguridad social, el racismo antindígena, el sexismo, la condición salarial en el país, la intolerancia religiosa, la homofobia, la impunidad de la clase política y del gran capital. Esto no se pospone indefinidamente, pero sí se jerarquiza porque hoy lo que corresponde es "voto por voto, casilla por casilla".

Si esta causa fuese únicamente política su significado sería localizable en demasía, pero las movilizaciones provienen también de una certeza ética y moral, y esto explica su continuidad razonada y pacífica. No minimizamos ni magnificamos los errores de nuestro proceso, pero -hoy, 16 de julio de 2006- esta presencia multitudinaria, que representa a millones de votantes, surge de la necesidad de cambios profundos que correspondan al desarrollo civilizatorio que merecemos. No presumimos del monopolio de la verdad, pero sí ratificamos las demandas jurídicas y la argumentación moral. Por lo demás, se atestigua a diario el aforismo de Jerzy Lec: "La dispensación de la injusticia está siempre en las manos adecuadas". No abandonemos nuestros votos en la fosa común de la resignación o la apatía. Voto por voto y casilla por casilla.

* Leído (con cortes obligados por el tiempo a la disposición) en el Zócalo, en la segunda asamblea informativa de la coalición Por el Bien de Todos

sábado, julio 15, 2006

sábado, julio 08, 2006

_ _ _

Je voudrais être amoureux.
Tu voudrais être amoureux.
Il voudrait idem (être amoureux).
Nous, vous, voudrions, voudriez être.
Ils voudraient également tomber amoureux...

[l'écume des jours· boris vian]

martes, junio 27, 2006

28 junio

¡Muchas felicidades srita Mirinda!

Feliz cumpleaños María

lunes, junio 26, 2006

Correspondencia: fussball

De Enzo Nussio

Querido amigo Inti

Te exprimo mi mas profundamente sentido pesame por la no calificacion del equipo mexicano por los cuartos de finales. Fue un gran partido de Mexico, talvez el mejor de esta copa mundial. La proxima vez sera! Ya que ahora Mexico este afuera del campionato, espero que concentres toda tu fuerza en el equipo de Suiza que juega hoy contra Ucraina.... A ver. Necesitamos la virgen de guadelupe al nuestro lado para llegar a los cuartos. Los ultimos dias estuve en Alemania y te juro que este es un mundial tremendo, tanta gente, tanta emocion ... Vi el partido Italia contra Republica Checa en el estadio y fue poca madre. La gente mas que pacifica y una fiesta loca despues del partido. Del resto sigo enamorado de una chica que conoci hace unas semanas y trabajo. Disculpa que no te escribo tanto. Espero que vengas algun dia al pais del campion del mundo (ojala sea Suiza..)

Unos abrazos
Enzo

PS: En el anteprima de la copa mundial del 1994 Mexico y Suiza jugaron un amistoso, el ultimo partido de los dos estados hermanos (...): Suiza gano 5:1 contra Mexico en Florida (EEUU)... (es la neta)
(sic).

Epilogo:
suiza 0 ucrania 3

sábado, junio 24, 2006

Pérsides

Pérsides

Ojalá estés así de contenta.

jueves, junio 01, 2006

Ayuda

De María.


Amigas y amigos

El esposo de mi mamá y prácticamente mi padre desde los 4 años, murió hace 2 meses en un accidente en el municipio de Mosquera, bien adentro del departamento de Nariño. Era parte de la Patrulla Aérea Civil, una organización dedicada a llevar médicos e insumos a los lugares más apartados de Colombia. En el accidente la avioneta chocó contra la escuelita del pueblo. Un niño enfermo, su mamá, el médico y él -que era piloto-, murieron. La Patrulla Aérea está reconstruyendo la escuela y dotándola con una nueva bilbioteca, que atenderá a los niños y adultos del municipio, y supongo que de otras veredas aledañas.

Estamos recopilando libros para la biblioteca, básicamente de lo que sea, todo nos sirve. Las donaciones que está gestionando la Patrulla son demoradas y tienen una garantía de éxito muy incierta; por eso también acudo los amigos y amigas, uno siempre tiene a la mano libros que podrían tener mejor uso. Les pido que me avisen si pueden recopilarme algo entre ustedes, o con otros amigos o familiares… yo me las arreglo para recogerlo. Se los agradecería de corazón.

Me he dado cuenta que la muerte de alguien tan cercano es menos dolorosa si en su nombre y con su energía, se ayuda a que otras cosas nazcan.

Gracias a todos.

Maria Carrizosa Bermúdez
Calle 34 # 6 - 59 (501)
2459955 - 300 2693381

Pilar Bermúdez
Calle 129 Bis # 6-57
tel 2582913

martes, mayo 30, 2006

A propósito de los días

El penal mas largo del Mundo
osvaldo soriano

El penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido del valle de Río Negro, en Argentina, un domingo por la tarde en un estadio vacío. Estrella Polar era un club de billares y mesas de baraja, un boliche de borrachos en una calle de tierra que terminaba en la orilla del río. Tenía un equipo de fútbol que participaba en el campeonato del valle porque los domingos no había otra cosa que hacer y el viento arrastraba la arena de las bardas y el polen de las chacras.
Los jugadores eran siempre los mismos, o los hermanos de los mismos. Cuando yo tenía quince años, ellos tendrían treinta y me parecían viejísimos. Díaz, el arquero, tenía casi cuarenta y el pelo. El blanco que le caía sobre la frente de indio araucano. En el campeonato participaban dieciséis clubes y Estrella Polar siempre terminaba más abajo del décimo puesto. Creo que en 1957 se habían colocado en el decimotercer lugar y volvían a sus casas cantando, con la camiseta roja bien doblada en el bolso porque era la única que tenían. En 1958 empezaron ganándole a Escudo Chileno, otro club de miseria. A nadie le llamo la atención eso. En cambio, un mes después, cuando habían ganado cuatro partidos seguidos y eran los punteros del torneo, en los doce pueblos del valle empezó a hablarse de ellos.
Las victorias habían sido por un gol, pero alcanzaban para que Deportivo Belgrano, el eterno campeón, el de Padini, Constante Gauna y Tata Cardiles, quedara relegado al segundo puesto, un punto más abajo. Se hablaba de Estrella Polar en la escuela, en el ómnibus, en la plaza, pero no imaginaba todavía que al terminar el otoño tuvieran 22 puntos contra 21 de los nuestros.
Las canchas se llenaban para verlos perder de una buena vez. Eran lentos como burros y pesados como roperos, pero marcaban hombre a hombre y gritaban como marranos cuando no tenían la pelota. El entrenador, un tipo de traje negro, bigotitos recortados, lunar en frente y pucho apagado entre los labios, corría junto a la línea de toque y los azuzaba con una vara de mimbre cuando pasaban a su lado. El público se divertía con eso y nosotros, que por ser menores jugábamos los sábados, no nos explicábamos como ganaban si eran tan malos.
Daban y recibían golpes con tanta lealtad y entusiasmo, que terminaban apoyándose unos sobre otros para salir de la cancha mientras la gente les aplaudía el 1 a 0 y les alcanzaba botellas de vino refrescadas en la tierra húmeda. Por las noches celebraban en el prostíbulo de Santa Ana y la gorda Leticia se quejaba de que se comieran los restos del pollo que ella guardaban en la heladera. Eran la atracción y en el pueblo se les permitía todo. Los viejos les recogían de los bares cuando tomaban demasiado y se ponían pendencieros; los comerciantes les regalaban algún juguete o caramelos para los hijos y en el cine, las novias les consentían caricias por encima de las rodillas. Fuera de su pueblo nadie los tomaba en serio, ni siquiera cuando le ganaron a Atlético San Martín por 2 a1.
En medio de la euforia perdieron, como todo el mundo, en Barda del Medio y al terminar la primera rueda dejaron el primer puesto cuando Deportivo Belgrano los puso en su lugar con siete goles. Todos creímos, entonces, que la normalidad empezaba a restablecerse. Pero el domingo siguiente ganaron 1 a 0 y siguieron con su letanía de laboriosos, horribles triunfos y llegaron a la primavera con apenas un punto menos que el campeón.
El último enfrentamiento fue histórico por el penal. El estadio estaba repleto y los techos de las casas también. Todo el mundo esperaba que Deportivo Belgrano repitiera los siete goles de la primera rueda. El día era fresco y soleado y las manzanas empezaban a colorearse en los árboles. Estrella Polar trajo más de quinientos hinchas que tomaron una tribuna por asalto y los bomberos tuvieron que sacar las mangueras para que se quedaran quietos.
El referí que pitó el penal era Herminio Silva, un epiléptico que vendía las rifas del club local y todo el mundo entendió que se estaba jugando el empleo cuando a los cuarenta minutos del segundo tiempo estaban uno a uno y todavía no había cobrado la pena por más que los de Deportivo Belgrano se tiraran de cabeza en el área de Estrella Polar y dieran volteretas y malabarismos para impresionarlo. Con el empate el local era campeón y Herminio Silva quería conservar el respeto por sí mismo y no daba penal porque no había infracción.
Pero a los 42 minutos, todos nos quedamos con la boca abierta cuando el puntero izquierdo de Estrella Polar clavó un tiro libre desde muy lejos y se pusieron arriba 2 a 1. Entonces sí, Herminio Silva pensó en su empleo y alargó el partido hasta que Padín entró en el área y ni bien se le acercó un defensor pitó. Ahí nomás dio un pitazo estridente, aparatoso y sancionó el penal. En ese tiempo el lugar de ejecución no estaba señalado con una mancha blanca y había que contar doce pasos de hombre. Herminio Silva no alcanzó siquiera a recoger la pelota porque el lateral derecho de Estrella Polar, el Colo Rivero, lo durmió de un cachetazo en la nariz. Hubo tanta pelea que se hizo de noche y no hubo manera de despejar la cancha ni de despertar a Herminio Silva. El comisario, con la linterna encendida, suspendió el partido y ordenó disparar al aire. Esa noche el comando militar dictó estado de emergencia, o algo así, y mandó a enganchar un tren para expulsar del pueblo a toda persona que no tuviera apariencia de vivir allí.
Según el tribunal de al Liga, que se reunió el martes, faltaban jugarse veinte segundos a partir de la ejecución del tiro penal y ese match aparte entre Constante Gauna, el shoteador y el gato Díaz al arco, tendría lugar el domingo siguiente, en el mismo estadio a puertas cerradas. De manera que el penal duro una semana y fue, si nadie me informa lo contrario, el más largo de toda la historia. El miércoles faltamos al colegio y nos fuimos al pueblo vecino a curiosear. El club estaba cerrado y todos los hombres se habían reunido en la cancha, entre las bardas. Formaban una larga fila para patearle penales al Gato Díaz y el entrenador de traje negro y lunar trataba de explicarles que esa era la mejor manera de probar al arquero.
Al final, todos tiraron su penal y el Gato atajó unos cuantos porque le pateaban con alpargatas y zapatos de calle. Un soldado bajito, callado, que estaba en la cola, le tiró un puntazo con el borceguí militar y casi arranca la red. Al caer la tarde volvieron al pueblo, abrieron el club y se pusieron a jugar a las cartas. Díaz se quedó toda la noche sin hablar, tirándose para atrás el pelo blanco y duro hasta que después de comer se puso un escarbadientes en la boca y dijo:
-Constante los tira a la derecha.
-Siempre -dijo el presidente del club.
-Pero él sabe que yo sé.
-Entonces estamos jodidos.
-Sí, pero yo sé que él sabe -dijo el Gato.
-Entonces tírate a la izquierda y listo -dijo uno de los que estaban en la mesa.
-No. El sabe que yo sé que él sabe -dijo el Gato Díaz y se levantó para ir a dormir.
-El Gato esta cada vez más raro -dijo el presidente el club cuando lo vio salir pensativo, caminando despacio.
El martes no fue a entrenar y el miércoles tampoco. El jueves, cuando lo encontraron caminando por las vías del tren estaba hablando solo y lo seguía un perro con el rabo cortado.
-¿Lo vas a atajar?- le preguntó, ansioso, el empleado de la bicicletería.
-No sé. ¿Qué me cambia eso?- preguntó.
-Que nos consagramos todos, Gato. Les tocamos el culo a esos maricones de Belgrano.
-Yo me voy consagrar cuando la rubia de Ferreyra me quiera querer -dijo y silbó al perro para volver a su casa.
El viernes, la rubia de Ferreyra esta atendiendo la mercería cuando el intendente del pueblo entró con un ramo de flores y una sonrisa ancha como una sandía abierta. Esto te lo manda el Gato Díaz y hasta el lunes vos decís que es tu novio.
-Pobre tipo -dijo ella con una mueca y ni miro las flores que habían llegado de Neuquén por el ómnibus de las diez y media.
A la noche fueron juntos al cine. En el entreacto el Gato salió al hall a fumar y la rubia de los Ferreyra se quedó sola en la media luz, con la cartera sobre la falda, leyendo cien veces el programa sin levantar la vista.
El sábado a la tarde el Gato Díaz pidió prestadas dos bicicletas y fueron a pasear a las orillas del río. Al caer la tarde la quiso besar, pero ella dio vuelta la cara y dijo que el domingo a la noche, tal vez, después que atajara el penal, en el baile.
-¿Y yo cómo sé? -dijo él.
-¿Cómo sabés qué?
-Si me tengo que tirar para ese lado.
La rubia Ferreyra lo tomó de la mano y lo llevó hasta donde habían dejado las bicicletas.
-En esta vida nunca se sabe quién engaña a quién -dijo ella.
¿Y si no lo atajo? -preguntó él.
Entonces quiere decir que no me querés -respondió la rubia, y volvieron al pueblo.
El domingo del penal salieron del club veinte camiones cargados de gente, pero la policía los detuvo a la entrada del pueblo y tuvieron que quedarse a un costado de la ruta, esperando bajo el sol. En aquel tiempo y en aquel lugar no había emisoras de radio, ni forma de enterarse de lo que ocurría en una cancha cerrada, de manera que los de Estrella Polar establecieron una posta entre el estadio y la ruta.
El empleado del bicicletero subió a un techo desde donde se veía el arco del Gato Díaz y desde allí narraba lo que ocurría a otro muchacho que había quedado en la vereda que a su vez transmitía a otro que estaba a veinte metros y así hasta que cada detalle llegaba a donde esperaban los hinchas de Estrella Polar.
A las tres de la tarde, los dos equipos salieron a la cancha vestidos como si fueran a jugar un partido en serio. Herminio Silva tenía un uniforme negro, desteñido pero limpio y cuando todos estuvieron reunidos en el centro de la cancha fue derecho hasta donde estaba el Colo Rivero que le había dado el cachetazo el domingo anterior y lo expulsó de la cancha. Todavía no se había inventado la tarjeta roja, y Herminio señala la entrada del túnel con una mano temblorosa de la que colgaba el silbato.
Al fin, la policía sacó a empujones al Colo que quería quedarse a ver el penal. Entonces el arbitro fue hasta el arco con la pelota apretada contra una cadera, contó doce pasos y la puso en su lugar. El Gato Díaz se había peinado a la gomina y la cabeza le brillaba como una cacerola de aluminio.
Nosotros los veíamos desde el paredón que rodeaba la cancha, justo detrás del arco, y cuando se colocó sobre la raya de cal y empezó a frotarse las manos desnudas, empezamos a apostar hacía dónde tiraría Constante Gauna.
En la ruta habían cortado el tránsito y todo el Valle estaba pendiente de ese instante porque hacía diez años que el Deportivo Belgrano no perdía un campeonato. También la policía quería saber, así que dejaron que la cadena de relatores se organizara a lo largo de tres kilómetros y las noticias llegaban de boca en boca apenas espaciadas por los sobresaltos de la respiración.
Recién a las tres y media, cuando Herminio Silva consiguió que los dirigentes de los dos clubes, los entrenadores y las fuerzas vivas del pueblo abandonaran la cancha, Constante Gauna se acercó a acomodar la pelota. Era flaco y musculoso y tenía las cejas tan pobladas que parecían cortarle la cara en dos. Había tirado ese penal tantas veces -contó después- que volvería a patearlo a cada instante de su vida, dormido o despierto.
A las cuatro menos cuarto, Herminio Silva se puso a medio camino entre el arco y la pelota, se llevó el silbato a la boca y sopló con todas sus fuerzas. Estaba tan nervioso y el sol le había machacado tanto sobre la nuca, que cuando la pelota salió hacía el arco, el referí sintió que los ojos se reviraban y cayó de espalda echando espuma por la boca. Díaz dio un paso al frente y se tiró a su derecha. La pelota salió dando vueltas hacía el medio del arco y Constante Gauna adivinó enseguida que las piernas del Gato Díaz llegarían justo para desviarla hacia un costado. El gato pensó en el baile de la noche, en la gloria tardía y en que alguien corriera a tirar la pelota al córner porque había quedado picando en el área.
El petiso Mirabelli llegó primero que nadie y la sacó afuera, contra el alambrado, pero el árbitro Herminio Silva no podía verlo porque estaba en el suelo, revolcándose con su epilepsia. Cuando todo Estrella Polar se tiró sobre el Gato Díaz, el juez de línea corrió hacía Herminio Silva con la bandera parada y desde el paredón donde estábamos sentados oímos que gritaba: “¡no vale, no vale!”.
La noticia corrió de boca en boca, jubilosa. La atajada del Gato y el desmayo del árbitro. Entonces en la ruta todos abrieron las botellas de vino y empezaron a festejar, aunque el “no vale” llegara balbuceado por los mensajeros como una mueca atónita.
Hasta que Herminio Silva no se puso de pie, desencajado por el ataque, no hubo respuesta definitiva. Lo primero que preguntó fue “qué pasó” y cuando se lo contaron sacudió la cabeza y dijo que había que patear de nuevo porque él no había estado allí y el reglamento decía que el partido no puede jugarse con un árbitro desmayado. Entonces el Gato Díaz apartó a los que querían pegarle al vendedor de rifas de Deportivo Belgrano y dijo que había que apurarse porque esa noche él tenía una cita y una promesa y fue otra vez bajo el arco.
Constante Gauna debía tenerse poca fe, porque le ofreció el tiro a Padini y recién después fue hacía la pelota mientras el juez de línea ayudaba a Herminio Silva a mantenerse parado. Afuera se escuchaban bocinazos de festejo y los jugadores de Estrella Polar empezaron a retirarse de la cancha rodeados por la policía.
El pelotazo salió hacía la izquierda y el Gato Díaz se fue para el mismo lado con una elegancia y una seguridad que nunca más volvió a tener. Constante Gauna miró al cielo y después se echó a llorar. Nosotros saltamos del paredón y fuimos a mirar de cerca a Díaz, el viejo, el grandote, que miraba la pelota que tenía entre las manos como si hubiera sacado la sortija de la calesita.
Dos años más tarde, cuando él era una ruina y yo un joven insolente, me lo encontré otra vez, a doce pasos de distancia y lo vi inmenso, agazapado en punta de pie, con los dedos abiertos y largos. En una mano llevaba un anillo de matrimonio que no era de la rubia de los Ferreyra sino de la hermana del Colo Rivero, que era tan india y tan vieja como él. Evité mirarlo a los ojos y le cambié la pierna; después tiré de zurda, abajo, sabiendo que no llegaría porque estaba un poco duro y le pesaba la gloria. Cuando fui a buscar la pelota dentro del arco, el Gato Díaz estaba levantándose como un perro apaleado.
-Bien, pibe -me dijo-. Algún día, cuando seas viejo, vas a andar contando por ahí que le hiciste un gol al Gato Díaz, pero para entonces ya nadie se va a acordar de mí.
Osvaldo Soriano

sábado, mayo 27, 2006

lunes, mayo 22, 2006

He pasado toda la noche sin dormir

He pasado toda la noche sin dormir, viendo,
sin espacio tu figura.
Y viéndola siempre de maneras diferentes
de como ella me parece.
Hago pensamientos con el recuerdo de lo que
es ella cuando me habla,
y en cada pensamiento cambia ella de acuerdo
con su semejanza.
Amar es pensar.
Y yo casi me olvido de sentir sólo pensando en ella.
No sé bien lo que quiero, incluso de ella, y no
pienso más que en ella.
Tengo una gran distracción animada.
Cuando deseo encontrarla
casi prefiero no encontrarla,
para no tener que dejarla luego.
No sé bien lo que quiero, ni quiero saber lo que
quiero. Quiero tan solo
pensar en ella.
Nada le pido a nadie, ni a ella, sino pensar.

Fernando Pessoa

instante

domingo, mayo 21, 2006

Lawrence

Lo común de esta noche es que no sabe a nada. Caminé con mi padre más de tres horas, a cada paso adelantado una palabra y después silencios. —No sé dónde queda Nueva York—decía—no sé qué de Londres—entonces, luego, hablaba de “las hormiguitas” y de moscas. Miraba mucho las paredes pintadas, y creo que presentía la tristeza común que aquello reflejaba. De pronto tenía la impaciencia de los pocos que quedaban: la urgencia de los enamorados que se daban el último beso de la noche, la prisa mía de que me respondiera rápido cuando le cuestionaba sobre la geografía—no quiero geografía—decía—amor es todo lo que mi corazón sabe—. Miraba su cuerpo grande, delante del mío, su respiración lenta, su andar disipado, como entretenido siempre por la soledad noble del claustro de la plaza. Iba yo con él, pero él solo iba. Ahora que él descansa, temo el profundo abismo de la noche, temo que se abra el techo de la casa y caiga él al lúgubre negro del cielo, y que se vaya aerostático, mirando allá ese vacío, con el imperio de sus ojos.

martes, mayo 09, 2006

L_s_

Fragmento

Esperé toda la noche a que se calmaran. Desde que supieron la llegada del camión de la mudanza, el ruido fue insoportable. Rechinaban, se oían chirridos, y el escándalo aumentaba conforme la casa fue quedando vacía. Al parecer ya casi acabamos con esta jornada de padecimiento. Confieso que hubo momentos en que quise dejar todo como estaba: no mover, ni cambiar la disposición de las cosas en la casa; ni en el armario, ni siquiera los cuadros en los muros, sin embargo tuve que continuar. Ya se lo había prometido a Ernesto. Mas pienso que si él hubiera estado, todo hubiera sido diferente. Empecé ayer por la mañana, puse el despertador, regalo de mi padre, y lo primero que hice cuando desperté fue mirar las cosas. Lucían tal como siempre: estáticas y exactamente como las había dejado la noche anterior. Aunque preciso, que esas fueron las primeras, porque mientras las buscaba y clasificaba, para saber qué iba en cada caja, encontraba testimonio de aquel día último en que las usé. En su vista simple como objeto, no representaban miedo alguno—ni siquiera pensaba en ello—pero los efectos que provocaron en mí después, fueron devastadores. Éstas, acumulaban en su disposición en la casa, el impacto de uno y varios recuerdos, de fechas importantes; fechas tristes felices. De lugares visitados, de llegadas a la casa; de visitas que las desarreglaban, que las quebraban. Había regalos y se rompían en mí como sonrisas, pero algunos le extendían el brazo a la melancolía. Cómo recuerdo aquella cosa pequeña, rota y de color carmesí.

lunes, mayo 01, 2006

Artículo

Comparto éste. Es de Millas, escritor periódico del diario El País, y colaborador de la sección El Ángel, del periódico Reforma.
Preguntas

Asegura mi médico que es un milagro que la oreja sea oreja todos los días. O que la nariz sea nariz, y así sucesivamente. No es que quiera decir que lo normal es que la oreja sea un día patata y otro zanahoria, sino que para mantener esa rutina orgánica es preciso un mecanismo cuya complejidad es lo que nos hace a usted y a mí prácticamente incomprensibles. Y lleva razón mi médico. Personalmente, me parece asombroso que la Luna salga todas las noches, y que los astros funcionen con la precisión de un reloj suizo. Lo normal es que cada día giraran a una velocidad diferente, incluso que algunos días no giraran. Y que los asteroides chocaran unos con otros todo el rato, como los automóviles en la operación retorno. Pero ahí los tienen ustedes, repitiendo cada hora lo mismo, con una exactitud que no sabemos a qué se debe ni cuánto tiempo más piensa durar.Nuestro cuerpo es como una maqueta del universo. Para que nos levantemos de la cama y cojamos el autobús y hagamos, en fin, las tonterías que solemos hacer en el despacho, tienen que ponerse en funcionamiento millones y millones de recursos y células cuya mecánica ignoramos. Lo más probable es que si la biología no mantuviera una presión constante sobre el pie, éste amanecería convertido unas veces en nabo y otras en remolacha. Tiene que ser muy costoso que se mantenga con sus cinco dedos y sus uñas, siempre idéntico a sí mismo. Los juanetes son una tontería. Lo verdaderamente milagroso es que no sea todo juanete. O todo callo.Sería fantástico poder trasladar este equilibrio orgánico a la psicología. Que cada día nos levantáramos con el mismo estado de ánimo, quiero decir. Si todas las semanas tenemos el mismo número de dientes en la boca, y el mismo número de lenguas y de papilas gustativas, ¿sería mucho pedir que, una vez alcanzado un carácter aceptable, nos despertáramos todos los días con él? ¿Por qué unas mañanas estamos tristes y otras alegres? ¿Por qué hay jornadas en las que no saldríamos de la cama, mientras que otras estamos deseando que amanezca para ponernos a trabajar? ¿Por qué, en lo psíquico, la oreja no es siempre oreja ni el párpado párpado cada día? ¿Por qué somos una catástrofe psicológica, mientras que desde el punto de vista físico mostramos una estabilidad envidiable?Es más, puestos a elegir, yo preferiría que la estabilidad de mis órganos se trasladara a mi modo de ser, aun al precio de que el hígado fuera unos días hígado y otros una planta carnívora, o los riñones amanecieran convertidos en roca los lunes, miércoles y viernes. Por cierto, ¿por qué los jueves siempre son jueves? ¿Qué clase de glándula les proporciona esa increíble estabilidad? ¿Cómo es posible que ningún jueves, que yo sepa, haya amanecido lunes o ningún marzo abril? ¿Por qué usted no es yo algunos días? ¿Por qué yo soy incapaz de amanecer usted? Todo son preguntas.
Juan José Millas

jueves, abril 20, 2006

Sobreviviendo a las distancias

No creo que sean injustas estas paredes, protegen todo lo que siento. Creo que es mi cuerpo el que se queda, el que me detiene. Y mis ojos tropiezan en los muros, sacuden a las puertas. No sé. Callada está la noche. Hay la bombilla fundida en la casa, hay la ausencia de papá por varios días, hay la necesidad de decirte amor: te quiero; te quiero tan dentro. Con sólo imaginar tus labios besándome los dedos, qué mal imaginar, si tantas beses... Cómo contarte lo que siento, hay esto para contarte cómo. Beso tu silencio.

viernes, abril 07, 2006

jueves, abril 06, 2006

Sobre mi casa robada

Inseguras quedan las imágenes en otros ojos, inseguros mis recuerdos de ellas. Todavía están en mí. No sé cómo y por dónde entraron a mi casa, espacio deshabitado, el domingo por la noche pudo ser, según la información de Mario, mi primo. Afligido confesó, con pena, que no la había visitado en toda la semana, que cuando llegó el lunes por la mañana, y puso la metálica llave, encontró que sólo había un gran agujero. Se preocupó, sobra decirlo... Imposible ahogar los pensamientos en quién o el porqué. Estar en mi casa magnificó mi sensibilidad, entrar en ella, descubrirla sola, pensarme allí solo, viéndome. Sentí un feo impulso, largo, presentí esos otros ojos en la casa todo el tiempo, no sé cómo tuve el valor para volver a dejarla sola. Pero no quiero desentrañar las razones generales, no quiero pensar en mi casa robada, en mi espacio saqueado; no quiero pensar en las cosas apuntándome puntiagudas, finas. Lo que ocurrió allí en mi ausencia, pasará involuntariamente en mis pensamientos todas las noches, todos los días y las tardes. Es triste esta intranquilidad, es también posible la vulnerabilidad en mí, porque una vez que ha empezado, no hay razón alguna para que se detenga. Qué pasos eran esos que no eran los míos, qué manos pasaban su palma en las paredes, qué ojos no veían y después, lo alumbraban todo con una vela, porque encontré la cera rosa en el piso de mi casa, el delito punteado inolvidable. Es triste otra vez, miraba la casa hueca, invadida por extraños, por quién más, qué importaría saber sus nombres si son extraños... prefiero pensar que las cosas empezaron a moverse, y que no sus manos tocaron mis pocas cosas. Es jueves, Juliana (la tortuga pétrea) es la única testigo de aquellas presencias, mirándola, evoca en sus perfectos ojos cerrados, como en los sueños, cuando una presencia venida de las entrañas de la memoria se adelanta, y después se transforma en algo desesperado, en algo que la transformación asusta porque no se sabe en qué ira a transformarse.

lunes, marzo 27, 2006

Recomendación


Hola
Éste es para avisarles que viene Jamie Cullum a México dentro del festival de Jazz de la ciudad de México, el 24 de Mayo a las 21.00hrs en el Teatro Metropolitan, y el precio es de 600 a 150 creo, hoy y mañana es la preventa "banametz" y el miercoles ya para todos. Pasen la voz va a estar bien bueno.
Les mando un abrazo y si no tienen ni idea de quién es, es un jazzista ingles muy bueno, de veintitantos años...
www.jamiecullum.com

martes, marzo 21, 2006

Los húngaros

*De los textos al FONCA
Toda una caravana de calesas llegaba a la ciudad después de agosto, lo recuerdo así, porque había pasado el cumpleaños de mamá y siempre eran vísperas del de papá. Al ocurrir aquello, todos en el pueblo estábamos salpicados de misticismo y curiosidad. Nunca—todavía ahora—he sabido la procedencia de aquellos extrañísimos peregrinos, a quienes la gente les llamaba “los húngaros”; y se paseaban por calles, baldíos y huertas de mango, buscando un lugar donde esperar. Escogían los más silenciosos terrenos para instalarse. Acomodaban las calesas en hilera y, al igual que fichas de dominó, éstas tenían pintados en los costados, raros y distintos distintivos: alas de tecolote, cabezas de changos, zopilotes y gatos. También agrupaban por colores a los caballos, y eran impresionantes los de color negro: llevaban el cabello de la cola hecho nudos, a manera de una trenza de muchacha, y coronaba su cabeza un cuerno blanco. La punta fina nos daba miedo y de noche, cuando nos tocaba el desafortunado privilegio de pasar por allí, solos, los caballos invisibles hacían extraños sonidos, con las patas, con el hocico, que nos hacían correr y ocultarnos en la sombra de una piedra. Es maravilloso, cómo la sombra que tanto miedo le daba a papá de niño, a nosotros nos cuidaba. Bastaba cerrar los ojos, y pensar que no estábamos allí, mejor pensar que estábamos disfrutando el atole de pinole de la abuela, era otra de las maneras de escaparse. Ya de día, el sol aclaraba mucho las cosas: se les veía en el mercado, haciendo fortuna, intercambiando diminutos objetos, comprando botellas de leche, pan. Las mujeres húngaras llevaban hermosas cuentas de cristal rodeándole sus cuellos, y un manto cubriendo su cabello; los hombres usaban el pantalón, hecho de una antiquísima tela, debajo de sus botas altas, oscuras, que emitían un sonido chocante cuando corrían. Así recuerdo que decían los viejos sentados en sus sillas las tardes, y también hablaban de eventos escabrosos, como el robo de niños, la entrega de los húngaros a oraciones extrañas, el mutismo de sus mujeres. Era verdad, que nunca con ellos vimos a niños, pero éramos nosotros niños los que los mirábamos desde las banquetas. No había mucho que ver en esas fechas, nuestros ojos y pensamientos se concentraban en esos menudos visitantes: descuidábamos las tareas de primaria, olvidábamos las idas al atrio de la capilla a tomar el catecismo, y esperábamos con ansia que sacaran la tela blanca. Eso ocurriría hasta el tercer día de estadía, y mientras iba aproximándose, íbamos nutriéndonos con el paso de las horas de una emoción descontrolada. Primero, vendría procedente del norte la calesa más grande, la que llevaba en sí todo el contenido y significado que le dábamos a esas fechas. Nunca supimos por qué llegaba con retraso. Tal vez porque transportaba todas las imágenes, nuevas, viejas, desconocidas para nuestros ojos. O como decía mi abuelo: “llevaba cargando una estrella que cayo a la tierra”. Por eso era muy luminosa, porque llegaba siempre en la noche, cuando los adultos se duermen con la sospecha de que nosotros la pasaríamos en vela. Los sonidos de las ruedas, el pataleo cadencioso de los caballos por fin nos levantaba de las camas. Todo un coro de niños, con ojos bien abiertos, desde los cuadrados irregulares de sus ventanas, miraban el espectáculo misterioso. Absortos y entregados a tan esperada devoción, no hacían caso al llamado de sus padres de volverse a acostar. Y una vez más, antes de que finalizará esa noche, suspiraban, abrían todavía más los párpados con sus manos, y veían aquella cosa exótica, como entre nebulosa, como si los caballos fueran criaturas híbridas, veloces, que giraban entregados a un rito desconocido por nuestros viejos. Al amanecer del tercer día, cuando nos dirigíamos a las escuelas, todavía absortos por los recuerdos de la noche, veíamos a lo lejos su campamento en reposo: la piel húmeda de los caballos blancos, las calesas brillantes y lánguidas, vacías. Pronto, sabíamos que las mujeres, ocultas en las tiendas, plegarían el acceso y saldrían a dar de comer a los hombres, quienes se apresurarían porque hoy era el gran día. Su último día, nos repetíamos con desdén. Terminábamos de hacer las tareas, comíamos apenas, y con una rapidez asombrosa nos bañábamos (porque acá, se acostumbra ir a una celebración “bien aseado”), apenas nos echábamos agua en el cuerpo, no queríamos llegar tarde, ni esperar más. Extenderían la gran tela blanca bajo una carpa altísima, sostenida por unos esbeltos zancos de madera, que llevaban grabados símbolos desconocidos, y ninguna persona se preocuparía en entender. Eso era todo lo que mirábamos antes de entrar. Esperábamos, en la casa, en la vía de camino, en las azoteas; entonces: se abrían con un ritmo impresionante las grandes puertas de hierro, las viejas de madera; y sucedía, como cada año, la imagen preciosista: un vals de sillas y sillones en las calles, moviéndose a veces lento, otras con celeridad, como si hubieran sido arrojadas por sus dueños al viento, y éste las llevaba leves, las hacía volar. Las alejaba y se iban con ellas—como ya he dicho—a toda prisa, los señores bien peinados, las señoras metidas en sus más lindos vestidos: de flores, de lunares... y con ellos íbamos nosotros, sonrientes, felices. No encuentro en la memoria de mi niñez un evento más emocionante que este éxodo; un momento colectivo, disfrutado. En el avance prolongado de las familias, con sus sillas tejidas en los brazos, desaparecíamos, para rehacernos al momento de atravesar aquella misteriosa tienda. Plegaban la entrada los húngaros, nos recibía un espacio generoso, semicircular; viéndolo con nuestros ojos, era una gran bola de caramelo y nos encontrábamos en su interior. Luego desaparecía todo miedo, alguien bajaba de su espalda un asiento, un cubo de madera para sentarnos, porque era necesario acomodarse, quedarse quieto. Las mujeres errantes se llevaban el dedo a la mitad de sus labios, guardábamos silencio. Entonces, se extendía la tela, más blanca que esos dientes que guardábamos bajo la almohada; y los húngaros desaparecían, se hacían diminutos, fugaces; se oscurecía y el único espacio que permanecía inmutable era el rectángulo blanco frente a nosotros. Pero pronto, como si fueran productos de encantadores o ilusionistas, parecía que nuestros ojos miraban formarse en el único espacio iluminado, formas extrañas, caprichosas, rayadas, irreconocibles. Lo que creíamos que era un rostro, luego se trasmutaba en la ala de una libélula; así los objetos, las estrellas diurnas, las raíces y semillas. Todo lo que aparecía en la tela de los húngaros eran hechizos, sueños quizá, de las mujeres que los acompañaban. Imágenes que maravillaban no poco, que nos volvían más lúcidos. Yo miraba y apretaba fuerte el brazo de la silla; todos parecíamos estar hipnotizados... Según los señores, era en ese momento, cuando las imágenes fluían y deambulaban entre nosotros, ellos aprovechaban para “robar niños”, “asaltar a los hombres”, y hurtar sillas. Sólo puedo decir que escuché de las desapariciones, pero nunca supe que alguna fuera verdadera; creo que había algo más, indescifrable; algún secreto de los viejos del pueblo, algún pacto que los hombres hicieron con los húngaros mucho antes de que naciéramos. Hoy el tiempo los extraña, el pueblo, las calles;—afortunados somos—le murmuré a alguien de mi generación.—Los he visto—no sé si en sueños, llegan procedentes del norte, como la última calesa: la caravana, los fuegos de las antorchas más encendidos, los dibujos curiosos de los animales; pero lo asombroso, es que los caballos no vienen solos, tanto negros como grises, los monta un niño, que sonríe, que alza la mano y voltea en lo más alto del puente de entrada al pueblo: está mirando la ciudad al llegar, mirándonos, con ternura, hundiendo sus ojos negros, del negro más total, impenetrable, de un negro desesperado y me llevo las manos al rostro, lloro, lloramos.

sábado, marzo 18, 2006

Block de Notas

En la literatura árabe se puede encontrar la siguiente frase: las estrellas y las flores tachonan los campos de la tierra y el cielo. Es así como se puede ver en el techo, un entrelazado hecho de madera de ébano, extraordinariamente resistente al paso del tiempo, en dónde los elementos geométricos representan lazos que forman polígonos simétricos; también se ve que se forman motivos vegetales estilizados, a manera de ataurique, que más comúnmente se encuentran en frisos, zócalos y cenefas, representando flores; y una estrella de seis puntas al centro como la glorificación inequívoca de la Unicidad de Dios. Esta combinación geométrica o lacerías de estilo mudéjar, centelleante juego de líneas próximo al carácter del rococó, me aproximan a la puerta, por donde mis pasos avanzan sin declinar la mirada. Le agradezco al señor que me ilustró sobre los tipos de madera, y le repito: “gracias por la palabra ébano”. Sonríe, no sin antes darme una palmada, sospecho que ese movimiento, de escasa fuerza, ha de ser alguna manera de decir gracias. Le sonrío, otra vez, y me despido. Afuera espero a Dení; quedamos de ir a la función de las ocho diez, y el museo lo cierran a las siete; si supiera que hay tanto tiempo. Todavía volteo otra vez más; me miro como el último que salió, y me quedo solicito en el medio de la plaza. Haber si no demora Dení; no llevo reloj, pero se me antoja poseer uno, miro encima de la ventana coral de la catedral y la manecilla del segundero no está, el minutero luce muy lento. Las diagonales imaginarias las trazan los escasos niños, parecen adultos diminutos. Trato de no desesperarme. Cuando me acerco a las bancas, se acercan también los que bolean los zapatos—llevo tenis—les digo. Me dejan solo. Hay tanto espacio ahora en la banca; Dení estará por llegar, la sala de proyección está a quince minutos caminando, confío, ya llegará. Cuando llegue, le pediré que se siente un momento, sólo para sentir que se encoge el espacio. Y sí que aceptará, desde que regresó de Madrid, empapada del arte isabelino, se ha vuelto más sencilla, claro que esto no quiere decir que por eso aceptara de buen agrado el asiento, es sólo un pálpito que tengo. Sé que no ha pasado mucho tiempo desde que baje los escalones y llegué aquí, pero el ansía empieza a comerme, como si muchísimas hormigas hicieran agujeros en mis brazos. Imagino la función, ya muy próxima, la gente viendo las carteleras, indecisos, preguntándose qué ver; Dení comprando palomitas, me aseguró que me gustaría más que los artesonados del museo...

lunes, marzo 13, 2006

De una misiva

Posdata de la carta de srita Mirinda

Happy New Year

Mirá, no pido mucho,

solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fín de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mi mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres. (sic)

Julio Cortázar

Gracias srita
i.

viernes, marzo 10, 2006

Del Decano

Y enarbola las páginas de los diarios, blancas y negras como el espacio cuando se estaban formando las galaxias, y atestadas ‑como entonces el espacio‑ de corpúsculos aislados, circundados de vacío, privados en sí mismos de destino y de sentido. Y yo pienso qué hermoso era entonces, a través de aquel vacío, trazar redes y parábolas, individualizar el punto exacto, la intersección entre espacio y tiempo en que saltaría el acontecimiento, indiscutible en el ápice de su resplandor; mientras que ahora los acontecimientos se caen ininterrumpidos, como una coladura de cemento, en columna uno sobre el otro, uno encastrado en el otro, separados por títulos negros e incongruentes, legibles en más sentidos pero intrínsecamente ilegibles, una masa de acontecimientos sin forma ni dirección, que circunda, sumerge, aplasta todo razonamiento.

miércoles, marzo 01, 2006

Matutino

Confieso que la pienso libre, todas las noches, mejor dicho: la mayor parte del tiempo. Desestimando el concepto de libertad que posee un preso. Ya se lo dije en la mañana, teniéndola enfrente, como tengo ahora este computador: de hojas blancas; de caracteres que empiezan a llenarla como si estuviera observando un cortejo de hormigas. Cuando mirabame al son de ternura, con la delicadeza de su mano me dirigía leves caricias. Te pienso sola—le dije—en los momentos en que te rodean todos los signos de introspección e intimidad: cuando te miras al espejo por la mañana y pasas el peine por tu pelo, cuando usas el cepillo de dientes, el cepillito del rimel, el lápiz de ojos; sin duda, los momentos que más recurren a mí, son cuando está en el territorio donde están las marcas de su soledad; del silencio que retiene cuando me da en un abrazo—como dijeran los nenes—todos los abrazos.

lunes, febrero 27, 2006

The Nada

Soñé, Soñé, Soñé, Soñé

Soñé, que soñaste conmigo
Soñé, que estabas sola
Soñé, que me adorabas
Soñé, que me dabas bola

Soñé

Soñé que estabas ahí
Dando vueltas sin cesar
Soñé que me veias
Con otros ojos,/soñé, en otro lugar
Ay, soñé

Soñé, Soñé, Soñé, Soñé

Soñé que tenia un caballo
Que me trataba mejor que vos
Tenia tan buena onda con ella
Era mi yegua,/soñé, mucho mas que vos
Soñé

Soñé, Soñé, Soñé, Soñé

Sigo siendo aquel muchacho soñador
Que observaba las estrellas
Sigo siendo aquel muchacho soñador
Pero no las veo tan bellas
Soñé

Sigo siendo aquel muchacho soñador
Que observaba las estrellas
Sigo siendo aquel muchacho soñador
Pero no las veo tan bellas
Soñé

Soñé, Soñé, Soñé, Soñé

Soñé, que soñaste conmigo
Soñé, que estabas sola
Soñé, que me adorabas
Soñé, que me dabas bola
Soñé

soñé

Música de Kevin Johansen

jueves, febrero 23, 2006

Escrituras

Había la parábola de la calle. La señorita, que no estaba, caminaba veinte centímetros por encima del asfalto. Había pocos automóviles, y luces intermitentes la detenían. Sus ojos abiertos, cerrados, no podían descifrar de dónde venía el viento. Había un gato también, saliendo solo de una rendija de la fachada vieja, para después huir rápido, a ninguna parte. Y ella todo lo veía: el surtidor, el anuncio del zapatero, la espadaña, las gibas de las cortinas entre ventanas, mientras repetía su parpadeo. En momentos desaparecía, la ocultaba la negra sombra de los árboles que había. Se detenía allí, jugaba a desaparecerse, acurrucada por el sonido de las ramas. Después seguía el zapateo y había algunos: sentados en los escalones, saliendo de las panaderías, mirándola de puertas que se abrían, ignorándola aquellos que iban acompañados. La señorita miraba a los que iban de tres, y de sus ojos salían lágrimas de alegría, como lucecitas. De chispitas se llenaban las vías: había la noche.



señorita mirinda
Woman With Yellow Hair/pablOpicassO