viernes, diciembre 25, 2009

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"Siempre me pasa lo mismo en estos días"

lunes, diciembre 14, 2009

u

“¿Olvida usted algo? --¡Ojalá!” Abrió los ojos recordando la lectura a duermevela. Le gustaba la brevedad; según las críticas, estas líneas que repasaba en su cabeza eran un ejemplo exquisito de síntesis literaria, en pocas palabras: el cuento corto jamás escrito. Estiró sus brazos; miró que permeaba por la cortina una luz distinta a las horas cuando se despertaba en la semana, sonrió. El despertador no había detonado. Eran sus días de descanso. No tendría que llevar de paseo a Zeferino; no tendría que decir el penoso “buenos días” a todo aquel que se atravesaba en el pasillo del trabajo; no tendría que ir embutido en una camisa y pantalones recién planchados. Sintió una finita felicidad, turbada por aquellas líneas encontradas anoche y por casualidad mientras leía la nota roja del diario local; miró la capa de papel debajo de ésta y en negritas había unas palabras escritas como para preservar un recuerdo: visitar a mi madre este fin de semana. Movió la cabeza hacia los lados y se quedó algunos minutos observando el cielo raso como si buscara algo, como si tratara de recordar. Enseguida: ritualizó--es decir, hizo las actividades habituales de la semana de trabajo: se levantó, se aseó, se vistió rápido como una ráfaga, desayunó con celeridad. Sintió un impulso, una necesidad de trocar. No sintió que el tiempo pasaba. Salió sin darse cuenta. Horas desperdiciadas--pensó--mientras esperaba en el andén. Contrario a la brevedad que prefería, para llegar al departamento de su madre tenía que atravesar la ciudad. Con suerte le tomaría una hora, con suerte el vagón estaría vacío ya que no le gustaba la colectividad. Avanzó. Cerró los ojos, así era posible imaginar que estaba solo. Escuchó las voces moverse como peces y sintió que estaba flotando en un estanque. El trayecto, tantas veces este camino, tantas veces… Imaginó el triste destino de algunos recuerdos, fosilizados en esa distancia: recordó la primera vez que visitó la ciudad y agarraba la mano de su madre, más fuerte cada vez, para que no se lo llevara la gente que entraba y salía de los vagones; recordó la infinita tristeza que sentía al volver solo a casa, veía que la gente se iba y no llegaban más y la soledad empezaba a abrumarlo todo: los anuncios articulados del paisaje urbano, las lucecitas en las cumbres de los cerros, las miradas ávidas de los transeúntes cruzando la calle; recordó a su abuela, la que al leerle las manos le auguró que un día allí encontraría una sorpresa; recordó la sonrisa de María Luisa. Suspiró. Años atrás le había sucedido una catástrofe. Ahora se conformaba con llenar los días; horas desperdiciadas--volvió a pensar. Pensó en Zeferino--su gato--la única compañía entre semanas. Vería a su madre. Dos semanas se habían pasado pronto y ya no había marcha atrás como a veces le ocurría al transporte. La luz permeó de nuevo el espacio y la notó distinta. Cuando se dedicó a observar la ciudad, como si observara el pelo de ella, notó que eran más opacos los días, tal vez son presagios, puntos neurálgicos, posibilidades--se repetía. El urbanismo transformó sus recuerdos bucólicos, no obstante exaltó la artificialidad por aquello que demolía. La ciudad anhelante, la ciudad saturada de deseos. No deben estar cuerdos quienes se vienen a vivir acá--pensó--sin embargo él estaba inmerso en ella. Poco a poco se acercó. Llegaba. ¿Encontraría a su madre?

miércoles, diciembre 02, 2009

y

Cómo decirlo si no hay papel. Sí, nocturno este paisaje.

Abrió los ojos y sintió un gran deseo de no ser nunca visto. Caminó con su perro, mirando su paso tranquilo, casi de algodón. Se acordaba de cosas.

Le gusta la soledad de los árboles en la noche. Llega a casa y sale caminar. Nada más abrir la puerta y él se le queda viendo con emoción. Sus ojos le conmueven y piensa en su espera triste de la tarde, en su lealtad.

Traza su ruta y se deja guiar por la secreta fuerza que estira de su brazo. Vibran sus pies. Su corazón apenas salta. Permanecen sus ojos cerrados.

Es afuera cuando se siente acompañado. Dentro, las paredes acotan su soledad y la revelan y se refleja: mira su imagen empañada, deformándose a cada ladrido de su acompañante.

Es su voz un segundero.

El paseo lo nutre. También son dosis de olvido.

Hay madrugadas en que se despierta llorando. Imagina que no es de aquí. Que no es su cuerpo. Que es un adentro. Qué bueno que Dios nos expulsó del Paraíso­—piensa­—acotado por la piel, acotado en el silencio.

Roza el margen de penas por las noches. Viaja en vehículos velocísimos. Salta un mar de escamas de luna. Escribe cartas en rollos de papel higiénico.

Abre los ojos: busca libélulas en la noche.