lunes, febrero 28, 2011

Tresillo

Limpiarse algún sentimiento adusto también tiene que ver con emplear nuestro tiempo en aprender otras cosas. Un tresillo son tres notas iguales que se deben cantar o tocar en el tiempo correspondiente a dos de ellas—dice la rae. Mi amigo Benjamín me enseñó a tocarlos, yo los practicaba contento. Mucha gente está triste, mi amiga Viridiana lo está, y yo solo puedo alentarla con este tresillo de palabras:

Para que Viri no esté así sino contenta.

Adivinanza

Soy la sombra que te acompaña en esas idas y vueltas a casa. Yo tengo noches de olvido, y en mis caminatas me gusta esconderme de la luz del queroseno entre las sombras de los árboles. Por las mañanas no dejan de sorprenderme las piedras a cada paso: sus formas lisas, son testimonio honesto del tiempo y de los lazos que han formado las personas para ir a encontrarse o llegar a ese lugar que buscan. Yo no dejo de buscarte, aunque en el silencio, amigo y cómplice de mis días.


Círculos concéntricos.

Son círculos que yacen en un mismo plano y tienen el mismo centro.

Pablo dibuja dos círculos en la arena y luego con los pies los borra enfadado. Quiere dibujar dos círculos que estén juntos. Quiere que se toquen como dos bocas que se besan. A pesar de sus esfuerzos los círculos permanecen separados. Hay entre ellos una tristísima soledad. Los dibuja más cerca uno del otro apoyando con una mano la punta de metal sobre la tierra y extiende el cordoncito que otra lleva, gira sobre sí mismo y traza a cada momento trata. Cuando cree que se han rozado no quedan migas de rastro que distingan la duplicidad de los dibujos, es decir: Pablo solo mira un círculo engrosado sobre los granitos de arena. Él desea poder ver al otro. Quiere distinguir sobre el plano las dos figuras unidas sin la intervención del azar. Con el impulso de sus manos Pablo dibuja y borra enfadado.


Una srita de vestido carmesí.


Había una srita que vivía en un calle gris.

Una calle construída con cemento y muros de tabique,

de block y adocreto,

todo gris.

Un día vinieron los señores que pintaban todo.

Unos señores magníficos—imagínate,

que usaban zancos

y pelucas color ámbar

y a veces regalaban trompos a los niños,

—ellos pintaron la calle de la srita.

¿De qué color la pintarían?—los vecinos imaginaban…

Amarillooooooooooooooooooooooo—decían atrás unas voces gritonas…

No, es un color más bonito todavía—sonrientes voces laterales aplaudían…

Si ellos utilizaban pelucas color ámbar—dijo el señor de la fruta—entonces debe ser un color magnífico…

De turquesa—gritaron todos contentos…

De turquesa pintaron todo:

Las tinajas,

el buzón para que los enamorados dejaran las cartas,

la ventana donde se asomaba la señora de la tienda a vender chamoyadas y pulparindos.

Pintaron las tejas de la casa de don Vicente,

el collar del perrito colibrí—ahora sí parecía más contento.

Los utensilios de cocina de la señora de las quesadillas.

Las bicicletas

los veinte centímetros que separan la acera de la calle pintaron.

También los zaguanes

los postes de luz

las bisagras de las puertas

hasta los letreros de farmacia y supermercado.

Y como usaban zancos podían pintar más alto que un pintor común.

Entonces empezaron a pintar las copas de los árboles

las nubes

la tarde

el cielo.


domingo, febrero 27, 2011

jueves, febrero 24, 2011

Apuntes en terminal Taxqueña

Salir. ¿Dónde están los límites de la ciudad? Sus accesos son innumerables. No hablo de los límites físicos socavados por su crecimiento irregular que a vista de pájaro semejan una mancha—dicen los urbanistas, quiero decir, encontrar el límite, el hito que detona su auge su decadencia. El punto que la separa de la naturaleza. La ciudad está muerta. Los éxodos ocurren a cada momento y la vulneran constantemente, partiéndola, dividiéndola en una red inconexa intransigente e intransitable. ¿Cuándo convertimos el orden en caos, si en su génesis partimos de la idea inversa de ordenarlo? La ciudad nació muerta. Todos sus modelos se corresponden.

Rápido

Rápido. Las voces. Debajo de la azul luz neón. Los árboles de las aceras no sienten dolor, son escasos caminantes horadando la tierra. Puntos de fuga diversos se extienden a algún confuso punto cardinal. Las calles se contraen y mi mirada cae en los letreros iluminando fachadas. Carteles ocultan capas de pintura: los muros de la ciudad son el contenido y continente de ella misma, su polvo invisible rueda y avanza como el neumático del bus. Rápido. Enfrente de mí la periferia azarosa se desborda y traza un límite, acotado por la caótica geometría de la geografía de los basureros, coronados por chabolas y luego el contraste de un gris desfigurado por las grietas de las bardas. Estas bardas de mi memoria que refuerzan la idea de que a la ciudad puedo llegar por donde quiera y al salir persistirán en mí una herida, un auto-escrutamiento. Las gasolineras próximas a la ventanilla son el único molusco que intenta devorar la noche, una noche de la que penden cetáceos como esa matrix móvil de Orozco. Siento que los instantes se repiten a cada latido y en distintas escalas como si fueran fractales: Monte Albán. Y mis pensamientos ceban la noche de belleza, y se van recordándote.

jueves, febrero 03, 2011

Salgo

Quiero ser como el Sol
así
callado.
Abarcar todas las cosas.
Sutil en la tarde
oculto
transparente en la noche.