sábado, septiembre 23, 2023

Equinoccio

Viento y más viento emergiendo en la tarde.
Destellos que se llevan la ausencia insoportable. 
Pies calientes de caminar. 
Al poniente está el otoño.
¿Dónde extravié los puntos de tu silueta?
No lo sé, las horas pueden ser tediosas hasta que se cuela una mariposa. 
Conocí a un vagabundo en División, trabajó en “guardias presidenciales” y dijo: “ayúdame a cruzar la calle”.
“Ayúdame a cruzar la calle”. 
Cómo puede algo trivial ser tan riesgoso.
La luz ámbar y el ruido de las motos me apabullan.
Sueño con perros negros que van a mi funeral.
El silbido.
El cielo.
Las poquísimas nubes.
He bebido más de cincuenta mil vasos de agua en 43 años
y aún tengo sed. 

martes, marzo 28, 2023

Second Chances

 Para Roma siempre siempre.

28 marzo ∞
Busco tus alas mientras las jacarandas se desnudan.
Cierro mis ojos para ver tu sombra atravesar la luz polvorosa.
Otra noche y otro día son ya demasiados.
Quisiera volver antes del contagio.
Regresar a casa contigo solo
El plomero me saluda alzando la mano.
Parece que avanzo en retroceso.
Otra noche y otro día son ya demasiados
Quisiera volver a la colonia de tu nombre.
Alejarme de Narvarte para estar cerca de ti.
El jardinero podó la vereda.
Cuando era niño las cosas que arreglaba se descomponían.
Otra noche y otro día son ya demasiados.
Quisiera quemarme los pies con arena marina.
Llenar el hueco que dejaron tus huellitas con una canción.
Silenciado por los muros y la persiana de la casa.
Oigo tus sueños inaudibles.
Otra noche y otro día son ya demasiados.
Quisiera volver antes del contagio.
Regresar a casa contigo solo.

viernes, marzo 03, 2023

You've got a friend

De Chicago trajo una bolsa de casetes, un archivo de canciones que grabó durante los años que vivió en la Second City. Quien lo iba a decir, a ti que te gustaban Los Intocables, por su arrojo o por estar filmados en blanco y negro, deambularías por el espacio en que alguna vez Robert Stack transitó. Las grabaciones eran quizá de alguna emisora de radio de “oldies”, porque algunas de las pistas estereofónicas eran Ballad of a Thin Man de Bob Dylan, So Long Marianne de Leonard Cohen, Wild World de Cat Stevens, You’ve Got a Friend de Carole King, Perfect Day de Lou Reed, Alone Again de Gilbert O’Sullivan, Landslide de Fleetwood Mac, How Deep Is Your Love de Bee Gees, naturalmente, como el título de O’Sullivan, cuando brevemente las escuché no sabía quién las cantaba o cómo se llamaban. Había entre quince y veinte años entre que se escribieron esas canciones, publicaron y grabaron al momento en que en algún barrio de Chi-Town tú apretaste el botón REC de una reproductora Phillips. Había casi el mismo periodo que pasó Telémaco para reencontrarse con Odiseo. O quizá había ese tiempo en que tú recordabas la música que se escuchaba extramuros de la Prepa número 2 de Acapulco y luego en CU, en los pasillos de la facultad de Ciencias Políticas cuando estaba ubicada en Filosofía y Letras de la UNAM. A mí también me llevó todo ese tiempo desvelarlas, armar ese rompecabezas musical, como si hubieras sembrado y dejado pistas de “algo” en esos audios que cuando los reencontraba en los sitios más inusitados me vidriaban involuntariamente los ojos. Poseer un sonido es algo tierno, poder grabarlo y guardarlo en un medio analógico como prueba vida, como tarjeta de residencia en un país que a pesar de pisar no era tu lugar. Era una forma de extrañar. Quiero decirte que ahora puedes armar una “Playlist”, sólo escribes el nombre—si es que lo conoces—en una especie de rectángulo blanco, en una pantalla, de cualquier canción, y puedes escucharlas sin las imperfecciones de cuando le apretabas STOP, y sin embargo eso no es lo importante, eso es plano como los arrayanes que podan y nunca los dejan crecer en la vereda de las calles. Hay días en que escucho insistente You’ve Got a Friend de Carole King, la repito extrañando la belleza de la imperfección, y escucho muchas versiones de la misma buscando que alguna suene a como la memoria de mi oido recuerda, a como sonaban tus casetes.



martes, febrero 28, 2023

Trolebús



Si el amor es pasajero yo soy autobús.
Jaime López.


Hay muchas excepciones, pero cuando he viajado de madrugada encuentro personas más generosas con el otro. Amistosos te miran al abordar uno de los pocos trolebuses que recorren la ruta de veinticuatro horas. Y uno trata de ser recíproco entre tantos. Apretados pero fraternales parece que hemos tenido la fortuna de no quedarnos abandonados en las calles y hacer una caminata que a esas horas es un deporte extremo. Yo tengo el privilegio de habitar la Narvarte, de caminarla siempre en una suerte de subrayarla en el día a día, comer en sus taquerías o demorarme en sus exiguos parques; pero algunos, ya sea hacia al sur o al norte, para llegar a su madriguera desgastaran todavía más la suela de sus zapatos. Ojalá hubiera un transporte que rodeara la ciudad: encorvando el Eje Central, provocando cercanías y no estar atenidos a usar un DiDi. De San Juan de Letrán a Cumbres de Maltrata son poquísimas estaciones. La velocidad del traslado anticipa los arrullos de cama, las sábanas desdobladas y miro la ciudad a través del marco de las ventanas, atravesadas por los gestos y conversaciones de las personas. The World is quiet. Atravesamos Salto del Agua y recuerdo cuando compramos el televisor Hitachi en un desparecido Viana, en cómo la subimos a un taxi para llevarla a casa; en los huevos picosos que servían en el Vips que también estaba en ese cruce de caminos: lugares que ahora forman parte de la escayola de la ciudad que se desecha. No añoro esos sitios sólo siento que colapsan la urdimbre de mi memoria. Donde hay una van dos, donde hay dos van tres, donde hay tres van cien, siempre habrá un millón…—canta Jaime López.

viernes, febrero 24, 2023

“I think of her often
and hope whoever she's met
Will be fully aware of how precious she is.”
Ballad In Plain D (BD)

Quiero sumergirme en el polvo que levantan los perros. Adentrarme en las partículas que nublan breve esta realidad. Ser un poco sus patitas que se doblan a cada bocanada de velocidad. Quiero mirarlos correr sin descanso y sin la preocupación de lo que vendrá. Que corran y se correteen como las manos hacen sonar algunos acordes de guitarra. Con sus colitas erguidas rompiendo cada suspiro, ordenando los pensamientos. Andar despreocupado sin que exista cansancio, atravesando todo como la inmensa raíz de un árbol. Y correr correr correr como lo hacía antes, con las rodillas sanas y las piernas livianas. Que mis pies sean sus patitas y sentir la calidez y rugosidad de la tierra. Y en cada paso alzar este polvo que se almacena al pensar en aquellos misteriosos ancestros. Quiero correr en los espacios agrietados como la huella de sus patas. Como lo hacen los pájaros libres de las cadenas del cielo. Nutrirme del polvo de los días como de las sonrisas de los muertos.




lunes, abril 14, 2014

Cacuánicas

Cacuánicas, seguro que por esta memoria personal fueron mis canicas grandes compañeras de juegos. Extinto el cacuánico de aquella casa. En el espacio donde estaba hay un gran bloque de concreto, ese material que los hombres utilizan para negar y ocultar la tierra propia. Yo no supe cuando lo cortaron. Cuando se lo llevaron seguro le dieron varios machetazos, presagiando estos días calentanos. Nuestro lugar de juegos paso a formar parte del paso vehicular: gatos y perros atropellados, los que sobrevivieron aullaban de dolor que tuvieron que dormirlos; pelotas ponchadas; juegos de ponche suspendidos para que pasara un polvoso coche; una camioneta a toda velocidad silencia las conversaciones de la banqueta. En un borde quieren confinar la memoria. Sobrevivientes por azar o porque mi abuelo los sembró después de que los hombres tapiaron la tierra, crecen algunas pochotas, ciruelos y mangos. Crecen a dispar, entre precario equipamiento de juegos infantiles. Crecen intentando prolongar sus raíces para resquebrajar el suelo, hasta que otros hombres vengan y los corten. Hoy hace mucho, mi abuela regaba el cacuánico, el viento meneaba sus frágiles ramas haciendo brotar las cacuánicas, esferas rojas, mundos diminutos que pisábamos y nos comíamos. Palabra cuyo ritmo estalla al pronunciarla. Gesto orígen. Día antiguo día nuevo.

lunes, enero 14, 2013

El amor era deslizar los dedos sobre la pantalla.

Nos ponían en un bús cada noche y recorríamos las calles de esta ciudad. El viaje distinto a las distancias entre ciudades era parco de velocidad y estéril de estrellas. Recreábamos muchas luces de negocios y de casas en la noche. En el día cerraban las cortinillas de las ventanillas. Nos ponían el espectáculo del circo en pantallas diminutas: una pirámide de elefantes. La breve velocidad nos hacía recordar los olores fétidos de algunos barrios o de uno solo: con su problemática periférica de vivienda y de hacinamiento animal. Viajábamos a ciegas sin saber qué rumbo debíamos imaginar. Al principio uno compraba horas de viaje, llegaba al mostrador y solicitaba un viaje de 3 ó 6 horas, los que tenían más estómago y resistencia en la memoria pedían viajes más largos, que eran de 28 horas en adelante. Entre taquilleros cuentan que alguien compró mucho tiempo y seguía viajando, se pasaba entre buses cuando había un semáforo o la parada necesaria del conductor para cambiar un neumático o estirar la vista las piernas y brazos. Gran parte de la reinvención de la ciudad era producto de sus extenuantes viajes de su imaginar. Uno sería afortunado que le tocara de compañero de asiento—decían. Era su héroe, su videojuego, su historieta, su novela, su película, era el tesoro que les hacía vender boletos con más apremio, y un paliativo para resistir la crudeza de la virtualidad. Teníamos que imaginar la ciudad, develarla con sus horizontes y su traza, con sus perros callejeros y sus cables, con su basura y plazas, con sus buganvilias y jacarandas, con sus ambulantes y payasos, con su arquitectura de cárceles y puentes colgantes, con sus cines y agencias funerarias, con su orografía resistente a los invasores, con su perfil maltrecho y desfigurado por el crecimiento irregular avaricioso corrupto. Trazar con la memoria la ciudad que recordábamos, la ciudad que se iba olvidando y llenando de huecos por el consumo excesivo de aplicaciones. Estábamos ensimismados. Nos cargábamos unos a otros como esa tortuga de antiguos libros míticos que lleva el mundo sobre su caparazón. Lo físico era reemplazado a cada instante por una aplicación que emulaba alguna necesidad. Caminábamos sólo el espacio cuadrado del aparato telefónico. El amor era deslizar los dedos sobre la pantalla.