jueves, noviembre 23, 2006

Sin ti

Sin control sin dirección sin espacio sin vacío sin nada sin tardes malvas sin luz sin ojos sin tus ojos sin boca sin escritura sin vida sin alas sin brincar sin correr sin ánimo sin yelmos sin alegría sin tristeza sin cielo sin claustros sin violetas sin gatos sin cabello sin horizonte sin precipicios sin locuras sin miércoles sin color sin belleza sin chirlos sin origen sin sabor sin esperanza sin trenes sin la sonrisa de mamá sin el orgullo de papá sin techo sin escuchar sin condimento sin infancia sin energía sin besos sin caricias sin soledad sin nadie sin oxígeno sin lágrimas plañideras sin aceras sin alimento sin correr sin un centavo sin miedo sin recuerdos sin extrañar sin sorpresas sin juníperos sin imaginar sin amor sin árboles sin pan de baqueta sin pena sin licuados de mamey sin éxito sin armas sin compañía sin bailarinas de ballet sin arañas sin amigos sin sufrir sin morriña sin sonreír sin respirar sin bucear sin mujer sin corazón sin manos sin gusto sin hablar sin destino sin tu abrazo sin albañiles sin vista sin coraje sin color sin sílabas sin espejo sin envidia sin deseo sin quietud sin libertad sin patios sin remordimiento sin espinas sin azulejos sin destellos sin estrellas sin costa sin omnisciencia sin maravillas sin trópico de cáncer sin cobardía sin límites sin palabras sin comida sin genuflexiones sin libretas sin agua sin emanciparnos sin relojes sin enojo sin parpadear sin ropa sin tierra sin norias sin dientes de león sin uñas sin césped sin sexo sin cristales sin zapatos sin aliento sin churupetes sin fósforos sin paredes sin dirección sin frío sin papel sin cobija sin peces sin acrimonia sin cometas sin toqueres sin cuentos sin casa sin rebozo sin planos sin noche sin departamento sin mar sin camino sin pavimentos sin epítetos sin jacarandas sin raíz sin nubes sin zapatos sin estrías sin edificios sin hojas sin memoria sin funámbulos sin pájaros sin esquirlas sin chispas sin castillos sin diademas sin pechinas sin azúcar sin cartas sin sonidos sin otoños sin julios sin el silencio de mi hermana sin tono sin sol sin regalos sin cerros sin fiestas sin himnos sin paseos sin conventos sin poemas sin la sinfonía del nuevo mundo de Dvorak sin presencia sin calor sin números sin claves sin dibujar sin gloria sin camisa sin bosque sin nombre sin collares sin humedad sin timidez sin lluvia sin terciopelo sin chochitos sin vítores sin pesadillas sin cólera sin tiovivos sin dulce de calabaza sin aretes sin ventanas sin aroma sin tinta sin piel sin girasoles sin cadenas sin espadas sin Torre Latinoamericana sin molestar sin mezquites sin centímetros sin muerte sin aullidos sin voz sin tiempo sin ti.

miércoles, noviembre 15, 2006

Fuera de Ogarrio

Esto es un caleidoscopio muy aburrido y tengo una terrible sed, una impaciencia tremenda, quisiera escapar. En las tardes no hay caléndulas. Deseo caminar envuelto por ese cielo gris, es mi único pensamiento. Llega la noche y absorbe mi sueño, y me acecha esta habitación; si al menos fuera triste—pienso—le encontraría cierta belleza. Lo único que puedo hacer es escribir, pensarme lejos de aquí. Recordar: salimos ya sin la pesada carga de las maletas, yo estaba contento, pues iba contigo, pero tú lucías intranquila. La violencia de las montañas no nos asustaba y la carretera estaba lista para nosotros. Nos subimos a la camioneta de la pasma, y nos llevó—los dejaremos en la que va a Matehuala—dijeron. El paisaje era inabarcable con la vista, cactos gigantescos alfireteaban el cielo, el polvo rojizo de las montañas parecía que te hacía llorar. Los policías vacilaban, y cuando volteabas a verme sonreías leve. Parecía que imaginabas a todos aquellos que llevarían nuestros objetos como suyos en par de días. Cuantos Alonsos y cuantas Carmenes andarían por allí, haciendo infinitesimales paseos. Lo que me alegraba era que estaría ese recuerdo viviendo siempre, corriendo, caminando, encontrándonos. Entonces nos bajaron—hasta aquí—dijeron. Sin ningún peso en la bolsa, pediríamos raid, y eso te emocionó mucho. Calculamos que demorarían mucho en levantarnos, la vía lucía vacía, recta infinita, y todo alrededor era un montón de cerros rojizos, de nubes aisladas. La tarde se nos venía encima, y nos hacíamos muy pequeños. No pasaba nada. El cielo abría sus ojos, mil estrellas parecían diademas en el cabello de Carmen. Una motita a lo lejos nos dio alcance, era un camión materialista color naranja. Se detuvo dos metros y nos llevó. El conductor era un joven muy sonriente y silencioso. Nunca habíamos estado en un vehículo que llevara los asientos tan altos, y nos hacía felices. Mirábamos cómo se terminaba el color ladrillo del paisaje y una fila de árboles pequeños empezaba a aparecer, después hombres en bicicleta, autos empolvadísimos, una ventana por la que se asomaban dos gatos. Aquí nos bajamos, el conductor amabilísimo nos acercaba a Matehuala, donde podríamos conseguir efectivo para componer el viaje. Atravesamos el pequeño pueblo solitario, e hicimos paradas a varios coches. Subimos a una 4x4, hambrientos y poco cansados, nos sentamos y estuvimos en silencio alejándonos del polvo, y de nosotros. Las llantas zumbaban en la carretera y la intermitencia de la línea blanca en el asfalto me anestesiaba. Carmen tomó su cuaderno y empezó a dibujar sobre el pentagrama a las personas que iban en la cabina: era un señor de gafas muy oscuras y gemelos sonrientes, creí que éramos nosotros; entonces las luces anunciaban sorpresas y Matehuala. El trayecto duro poco, me hubiera gustado seguir mucho más tiempo, con el viento despeinándonos, inhalando un fino frío, y mirando lo pequeño que son los habitantes del mundo. Nos dejaron en el centro, al lado estaba el banco y cómo deseé que no tuviera lana, prefería seguir caminando, pero no podía ser egoísta. Tomé todo lo que tenía y después fuimos a comer. Estábamos sucios y nos aseamos un poco en el baño del restaurant. Hicimos planes de tomar un bus para Dolores, ya muy noche, y dormir en él para no gastar en hospedaje y tener más para nosotros. Compramos los boletos y después vagamos haciendo tiempo en el centro del pueblo—es el lugar más feo en el que he estado—decía Carmen—es un lugar muy frío—sin embargo yo sentía que la vida era maravillosa. El frío nos picaba y gastamos el dinero que teníamos en un rebozo. Carmen se lo puso y yo la vi más hermosa que el mundo. Ella era toda risas, parecía que olvidaba de una vez el robo de nuestras cosas, el robo de su identidad en un país desconocido, el robo de partes de su vida, el robo de recuerdos, el robo de afectos, el asalto a su intimidad, y yo, sentí que al perder la maleta me habían robado lo triste de mi vida, la soledad, el enojo, la apatía; y entonces miré su cara toda llena de las luces de la plaza y la miré todavía más linda, más hermosa. Y en mi corazón amé la vida.

Camino a Matehuala

viernes, noviembre 10, 2006

Llegada y salida

Llegada

Muy rápido pasa el día. Rodeado de gente vana que se pone una carcajada como antifaz para mostrarse franca. Personas amables, tranquilas, inofensivas ‘a fin de cuentas’, repletas de lugares comunes. Me vuelvo uno de ellos. Me disfrazo de ellos. Mis manos están secas, blandas. Me duelen los dientes de tanto rasparlos con mis dientes. En silencio, ‘en boca cerrada no entran moscas’. La saliva sabe amarga cuando no hablas, parece que condensa las palabras y se estrellan en ese techo rosado de la boca hasta deslizarse por sus paredes, y la lengua las prueba, y entonces me callo. Tal vez con la llegada de la tarde se propague ese bello frío que cayó anoche. Una lluvia lo trajo mientras paseábamos en las calles llenas de vacío, y mirábamos los semáforos parecidos a maniquís. O tal vez no, y me asuste el croar de las ranas en el patio. Y las plagas de libélulas vuelen a la oficina para estrellarse contra las lámparas. Y cuando ocurra ese espectáculo trágico, yo pensaré en ti para alegrar el mundo: tu sonrisa de naranja.

Salida

Como dice Freud, no hay cosa que le pueda causar
tanto daño a un ser humano, como otro ser humano.


Caminaré sin ti
M.B.


Camino sin ti escuchando el latido de la tierra, los lieders de Schubert. Una señora me regala risas que recorta de la sección dominical ‘lo que somos’ del periódico. Un hombre que sólo había visto en sueños me saluda intensamente. El pasillo lo veo más largo cada día. La botella de agua vacía. Dejan caer rumores y chismes, bajan por los peldaños. La ventana abierta enfría la habitación, mi frente. Afuera se divierten sin palabras, caminan en silencio con los zapatos mojados. Y cada noche me repito en pupilas invisibles. Soy obsesivamente observado, lo presiento. Cuando salgo de aquí todos los temores del mundo encuentran en mí su caja y regresan. Me voy sin voltear la cabeza como Lot. Te recuerdo, sonrío.

sábado, noviembre 04, 2006