A esta hora ya dejó la ciudad. Con toda seguridad estará bien y un poco más que dormida, resintiendo los efectos del narcótico que para ella es la carretera. Cuando despierte, se encontrará más cercana, dicho sea de paso, encontrará lo mismo: la estación de gasolina, la estatua de piedra, los concurridos estacionamientos de los restaurantes. Pero todavía permanece allá, en el lugar en que coincide la realidad con el sueño. Tal vez su acompañante—mujer, en este caso—le toque el hombro, la despierte y le señale maravillada, el maravilloso declive de los cerros o la apenas luz que se alcanza a filtrar por su borde. Porque es de tarde y aún se pueden ver las formas con colores; empañadas, es cierto, pero que destacan por sus profundidades y distancias. O quizá no y se quede en ese estado, acumulándose kilómetro a kilómetro, aproximándose a límites en que se hace imposible continuar dormida.
diario de notas de vuelta a la casa
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