Inseguras quedan las imágenes en otros ojos, inseguros mis recuerdos de ellas. Todavía están en mí. No sé cómo y por dónde entraron a mi casa, espacio deshabitado, el domingo por la noche pudo ser, según la información de Mario, mi primo. Afligido confesó, con pena, que no la había visitado en toda la semana, que cuando llegó el lunes por la mañana, y puso la metálica llave, encontró que sólo había un gran agujero. Se preocupó, sobra decirlo... Imposible ahogar los pensamientos en quién o el porqué. Estar en mi casa magnificó mi sensibilidad, entrar en ella, descubrirla sola, pensarme allí solo, viéndome. Sentí un feo impulso, largo, presentí esos otros ojos en la casa todo el tiempo, no sé cómo tuve el valor para volver a dejarla sola. Pero no quiero desentrañar las razones generales, no quiero pensar en mi casa robada, en mi espacio saqueado; no quiero pensar en las cosas apuntándome puntiagudas, finas. Lo que ocurrió allí en mi ausencia, pasará involuntariamente en mis pensamientos todas las noches, todos los días y las tardes. Es triste esta intranquilidad, es también posible la vulnerabilidad en mí, porque una vez que ha empezado, no hay razón alguna para que se detenga. Qué pasos eran esos que no eran los míos, qué manos pasaban su palma en las paredes, qué ojos no veían y después, lo alumbraban todo con una vela, porque encontré la cera rosa en el piso de mi casa, el delito punteado inolvidable. Es triste otra vez, miraba la casa hueca, invadida por extraños, por quién más, qué importaría saber sus nombres si son extraños... prefiero pensar que las cosas empezaron a moverse, y que no sus manos tocaron mis pocas cosas. Es jueves, Juliana (la tortuga pétrea) es la única testigo de aquellas presencias, mirándola, evoca en sus perfectos ojos cerrados, como en los sueños, cuando una presencia venida de las entrañas de la memoria se adelanta, y después se transforma en algo desesperado, en algo que la transformación asusta porque no se sabe en qué ira a transformarse.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario