Cuando entro en aquella habitación, veo con mucho desconcierto una mano que no es la mía. La mano parece que levita, hasta que se apoya en la profundidad del espejo y avanza como una hormiga, se detiene, y deja de ser opaca al encender la luz. Miro la mano que suponía ajena convertirse en mi mano que toco. Después, trazo con el índice, las colas y trompas de elefante enlazadas que dejó Laura dibujadas en la pared.
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