El recuerdo complementario ¿Qué es? En Amenema un grupo de filósofos y pscoanálistas ha tratado este tema con mucha emoción pero sin llegar a acuerdos que logren hacerles caer al pez. Los argumentos más ambiciosos sugieren que es una reacción al olvido, un alegato a la fantasía, un dejarse vivir (cursivas de la revista Dipnoo). Ninguna responde a la pregunta. En Zitutiz, lugar que reunió por primera y extraordinaria ocasión a los peces gordos del pensamiento, se decidió finalizar este capítulo infructuoso porque “ha sido un caudal de sospechas y temores”, “pérdida de presupuesto y un constante buscarle peras al olmo” (Le Motive, 1982). Sin embargo, definir el enunciado podría, de alguna manera, “hacer trastabillar las fibras más cercanas al corazón y a la memoria” (Sánchez, 1919). Se planteó el caso del pez enemigo, animal falaz y lúgubre, habitante no de océanos sino de globos de cristal dispuestos en repisas o mesas, que siempre está siendo nuestro ‘enemigo’ pero no recuerda que lo fue con anterioridad. Es difícil—dice Jhons—precisar que un ente olvidadizo sea más feliz que alguien que no olvida, es un disparate, pero parece que hay una posibilidad. El pez enemigo, solo en su cilindro irónico, mostrando que después del límite hay más pero nunca podrá llegar, como una emulación de los deseos humanos. A veces juntan su forma ahusada al vidrio hasta tocarla con la punta de su boca, pero lo olvidan casi al momento, y siempre es un estar haciéndolo de nuevo, muy a lo Sísifo. Pero la verdad es que no creemos que el pez enemigo sea un Funes desmemorioso, es en suma un engaño, una treta ágil de ese vertebrado acuático. Su soledad es un espejo de la vida humana, su imposibilidad de atravesar el espesor del cristal, es lo que nosotros llamamos esperanza, y estamos allí sumergidos en un azar de ondas: su movimiento es nuestro desgaste. Su mecanismo actúa como un péndulo en nuestra vida. Pero yo me río de los peces de colores—agrega sárdonico—el pez enemigo al encontrarse con nosotros nos reconoce siempre nuevos, nos infinita, nos perpetúa como una tortura. El mundo es sostenido por un pez: Bahamut. Las últimas teorías acumulan más páginas al misterio de ese animal, se dice que su relación con la vida tiene probablemente un pasado adánico. Un pez siempre cree que eres tú, un pez cuando empieza a quedarse sin agua llora y nada en su dolor, revive. Historias como estas se encuentran en el catálogo de Consultants, fechado a principios del siglo XIX: Al querer dibujar al pez este desaparecía, escondiéndose en una de las combas de la pecera, y cual fue mi sorpresa que al ver mi boceto estaba mi figura, mi cabeza, mis manos estaban recubiertas de escamas… El terror se apoderó de mí cuando mi padre trajo la pecera. Y yo lo vi y él me miraba condescendiente, yo estaba encerrado en el círculo de sus ojos… El pez enemigo, discrepa Jhons, es una felonía, mantenerlo en su cilindro transparente es decirnos a nosotros que todo estará mejor, es querer perpetuar la vida, es creernos que atrapamos a la mano que nos va a juzgar; aunque estas últimas palabras suenen a las que salen de las bocas de los que predican el juicio final, hay que creerlas—dice Jhons, compungido—al pez enemigo hay que tenerlo cerca, muy cerca, como dice el dicho, porque está a punto de desatar su secreta rabia.