Se escuchan tus pasos. Vienen y se van. En el recuerdo aparecen otra vez y al escribirlos los detengo sólo un momento… pero se quedan atrás. La sombra de una palabra nueva cubre a la anterior y parece que están condenados a desaparecer. Sólo son ilusiones de que estás, y hay sólo ecos y gente, narradores, que me cuentan del ruidito de tus pasos. Pero los oigo y los desoigo, y cuando hay una larga ausencia, este desoír es una esperanza maravillosa y una carencia fatal. En un libro leí que tus pasos eran un mito, verdadero como la niebla que empaña los límites de la ciudad; una leyenda antiquísima: “cierto que aparenta ser un paisaje bucólico”, “instancias de realidad”, “un absurdo”, “una alquimia”, “un trasmutar de uranio a oro”; en la página 315 agregan: una sospecha carente de excepciones. Yo no sé, pero los oigo como escucho Lua
—you simple in the moonlight
o como esa orquesta de domingo, clara y con sonidos nítidos que hacía llevarse a los árboles las ramas al estómago de alegría; con música de viento y retumbiditos que hacían chillar a niños. Y como oigo las palabras que leo y que escribo.
—you simple in the moonlight
o como esa orquesta de domingo, clara y con sonidos nítidos que hacía llevarse a los árboles las ramas al estómago de alegría; con música de viento y retumbiditos que hacían chillar a niños. Y como oigo las palabras que leo y que escribo.
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