Hice bolita el papel y con él se fueron las palabras. El cesto está vacío. La mujer—contrabandista de sílabas—se las llevó en una bolsa negra de plástico. Las palabras se asfixian, las palabras se ensucian, se adhieren a los restos de la basura dejada: a la forma irregular de una cáscara de naranja, a los bordes sucios que quedan en los vasitos de café desechados. Las palabras se aventuran se marchan. Y la ciudad lo resiente.
La lluvia se nos ha venido encima, su olor provoca efectos subliminales, aparece horas almacenadas en sillones de manufactura antigua; revuelven las zapatillas la hojarasca de las baldosas de recinto, encuentran el relieve de una letra, una palabra que es una llave. Los ojos nos duelen entonces, fatiga no verte. Sólo encontramos audibles los cantos de pájaros. El tiempo se marchita después. En las ventanas se asoman las sombras de magníficos monumentos. La piel se resquebraja. Descansamos en los cojines del cielo.
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