miércoles, abril 23, 2008
Personal
No está lloviendo. Acabo de llegar de dar la caminata con mi madre y el perro. Pero ya había llegado antes. Había cenado con mi padre, quién mucho antes me había dicho que era probable que por la noche estaría cenando solo en el puerto. Por eso al atravesar el jardín que comunica a la casa entreví su presencia añeja en el sala. Silencioso y meditabundo, descansa repantigado en el sofá. Lo anoto porque acaba de pasar. Después respira, agujera el espacio con las palabras que pronuncia: frases sordas, lentas, que pareciera estar leyendo un silabario. La casa duerme con nuestra presencia, contrario a lo que dice Siza; la casa es un gato negro que escucho ronronear. Esta es una de las cosas por las que ella procura la vigila, teme—no lo sé—que entre el amanecer y el perezoso despertar la casa se levante y se vaya.
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