El rompimiento lo conminó a estar largas horas en la oficina. Él, mismo todavía. Afuera los cambios transcurren en diapositivas, proyectadas sobre muros sin ojos. La patina cae con la lluvia, lava su superficie, arruinando anuncios, transformándolos. Entonces, más viejos, más naturales, casi pétreos, perecen levemente en la ciudad. Aprieta sus ojos, como queriendo no ver que empieza el día, pero hacer eso le evoca recuerdos: se vuelcan las lágrimas hacia dentro, se tensan, se rompen y los deja salir. Existió, tal vez. Entre papeles y hojas de reciclaje, clips, lapiceros, gomas, materiales nobles, demasiado desechables, en una oficina, él, mismo todavía, se está hundiendo, arenas movedizas para olvidar. Trabaja, pero no se da cuenta. Piensa en las horas agradables en que olvidado del teclado, acariciaba su cabello triste, el de ella, la ausente, el alfiler que se hunde en sus uñas cuando escribe, que le pica cuando dobla una hoja.
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