Encuentro un amargo placer en estos días. El brazo descansa en la mesa, no es como me decían, escribir es dejar el impulso al aire, sentirle caer pasito, poquito a poco. Es un decantarse completo, íntegro. Importa pues escribir, escribir qué, escribir-te. Hay un equilibrio desconocido y la duda se sienta en mis piernas. El sonido de la cuija es mi desahogo cotidiano. Quién es ese buitrólogo valiente que fue a buscar la espera alejándose del mundo; esta espera cotidiana que me hace sentir distinto. Aspergeriano. Desfigurado en el mundo. El concierto de la espera me ensordece, sólo las cosas, mi gato y estos pulsos a la máquina que saltan como niños en las fuentes de bellas ciudades que de mi memoria se alejan. Quisiera… que llegara la fuerza de una ola y sus brazos me arrastraran, que algo me quemara. Hay marcas en mí de las que me sentía orgulloso, ahora desaparecen y sólo en fragmentos de recuerdo vuelcan todo y el corazón se me agita como a Dante. ¿Dónde está mi Beatriz? Espero a que mi gato me sonría y me lance su mirada de ausencia. Sus ojos breves atravesaran lo ancho de la pieza y su mirada me convertirá en un mueble. Días intensos, nutriéndome de los silencios y es en ello que reconozco la falta de cualquier cosa. Vagando como ellos yo. Esperamos un beso; la joven espera una carta, el niño espera que le alimenten; esperamos que den las nueve, que llegue la noche; esperamos las voces, esperamos que llegue el tiempo rimbaudiano; esperamos el momento exacto para ejecutar la nota, esperamos para atravesar la calle y esa transición la encuentro maravillosa, ese Pi matemático infinito, ese entresegundo donde todo se acomoda, esa búsqueda de nada, esperar para llegar a otra espera, y sólo en ese movimiento, como en el impulso que hacemos antes de poner una palabra y decirte: te quiero Maribel, hay honestidad brutal, esa es mi esperanza.
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