Adivinanza
Soy la sombra que te acompaña en esas idas y vueltas a casa. Yo tengo noches de olvido, y en mis caminatas me gusta esconderme de la luz del queroseno entre las sombras de los árboles. Por las mañanas no dejan de sorprenderme las piedras a cada paso: sus formas lisas, son testimonio honesto del tiempo y de los lazos que han formado las personas para ir a encontrarse o llegar a ese lugar que buscan. Yo no dejo de buscarte, aunque en el silencio, amigo y cómplice de mis días.
Círculos concéntricos.
Son círculos que yacen en un mismo plano y tienen el mismo centro.
Pablo dibuja dos círculos en la arena y luego con los pies los borra enfadado. Quiere dibujar dos círculos que estén juntos. Quiere que se toquen como dos bocas que se besan. A pesar de sus esfuerzos los círculos permanecen separados. Hay entre ellos una tristísima soledad. Los dibuja más cerca uno del otro apoyando con una mano la punta de metal sobre la tierra y extiende el cordoncito que otra lleva, gira sobre sí mismo y traza a cada momento trata. Cuando cree que se han rozado no quedan migas de rastro que distingan la duplicidad de los dibujos, es decir: Pablo solo mira un círculo engrosado sobre los granitos de arena. Él desea poder ver al otro. Quiere distinguir sobre el plano las dos figuras unidas sin la intervención del azar. Con el impulso de sus manos Pablo dibuja y borra enfadado.
Una srita de vestido carmesí.
Había una srita que vivía en un calle gris.
Una calle construída con cemento y muros de tabique,
de block y adocreto,
todo gris.
Un día vinieron los señores que pintaban todo.
Unos señores magníficos—imagínate,
que usaban zancos
y pelucas color ámbar
y a veces regalaban trompos a los niños,
—ellos pintaron la calle de la srita.
¿De qué color la pintarían?—los vecinos imaginaban…
Amarillooooooooooooooooooooooo—decían atrás unas voces gritonas…
No, es un color más bonito todavía—sonrientes voces laterales aplaudían…
Si ellos utilizaban pelucas color ámbar—dijo el señor de la fruta—entonces debe ser un color magnífico…
De turquesa—gritaron todos contentos…
De turquesa pintaron todo:
Las tinajas,
el buzón para que los enamorados dejaran las cartas,
la ventana donde se asomaba la señora de la tienda a vender chamoyadas y pulparindos.
Pintaron las tejas de la casa de don Vicente,
el collar del perrito colibrí—ahora sí parecía más contento.
Los utensilios de cocina de la señora de las quesadillas.
Las bicicletas
los veinte centímetros que separan la acera de la calle pintaron.
También los zaguanes
los postes de luz
las bisagras de las puertas
hasta los letreros de farmacia y supermercado.
Y como usaban zancos podían pintar más alto que un pintor común.
Entonces empezaron a pintar las copas de los árboles
las nubes
la tarde
el cielo.