Rápido. Las voces. Debajo de la azul luz neón. Los árboles de las aceras no sienten dolor, son escasos caminantes horadando la tierra. Puntos de fuga diversos se extienden a algún confuso punto cardinal. Las calles se contraen y mi mirada cae en los letreros iluminando fachadas. Carteles ocultan capas de pintura: los muros de la ciudad son el contenido y continente de ella misma, su polvo invisible rueda y avanza como el neumático del bus. Rápido. Enfrente de mí la periferia azarosa se desborda y traza un límite, acotado por la caótica geometría de la geografía de los basureros, coronados por chabolas y luego el contraste de un gris desfigurado por las grietas de las bardas. Estas bardas de mi memoria que refuerzan la idea de que a la ciudad puedo llegar por donde quiera y al salir persistirán en mí una herida, un auto-escrutamiento. Las gasolineras próximas a la ventanilla son el único molusco que intenta devorar la noche, una noche de la que penden cetáceos como esa matrix móvil de Orozco. Siento que los instantes se repiten a cada latido y en distintas escalas como si fueran fractales: Monte Albán. Y mis pensamientos ceban la noche de belleza, y se van recordándote.
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