El día desaparece, atónito lo miro, incrédulo. Cada vez hay menos luz en la casa, desde que cancelaron la terraza, mi aliento y todas las emociones imaginarias, nostálgicas y extraordinarias que nos ofrece el pueblo visto desde aquel lugar, se marchan, sólo quedan en las hojas de calendario que se arrancan. Doblo mis recuerdos, continuo. Alguno se me extravía convertido en un avión, en barquito. Si supieras las alas que me faltan, claro, ahora lo sabes, sentada y perfectamente erguida, contenta hojalata. Por qué se va la tarde, que se vaya y yo me quedo; y que nos quedáramos acurrucados en una banca, despidiéndola, mientras comemos sandía y lloramos irónicamente su ida. Extraño mucho la calle de Madero a las casi 10 de la noche, y también esas tiendas de dulces a granel del centro-oriente. Bueno, la tarde se acaba para mí, debo acompañarla.
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