Siento, no sé decirte. Una quietud, digamos mística, pero ensombrecida por los periodos del día. Te hablo de esto para que estés aquí conmigo. El sol modifica la sombra que tengo de ti, me ciega. ¿Sabes? Desde que pintaron el muro rojo de blanco, justo después de las doce del día es imposible mirar al frente, por la vidriera, entonces me volteo y sólo veo la infinitud de azulejos amarillos del cuarto. Parezco un Hopper, le he dicho a mi hermana, y ella sólo sonríe, creo que ignora lo que es y no nos decimos nada, nos quedamos sin palabras. Escucho todas las horas, y sí, leo, no tanto como quisiera porque existen las interrupciones, necesarias para la voz. Es curioso, pero cuando tomo una cerveza me entran unas ganas de hablar, pero mientras más bebo más difícil es pronunciar las palabras, como si me fuera quedando mudo-mudo voluntario. ¿Cómo se escuchará mi voz si yo me oyera no siendo yo? ¿Te acuerdas tú? Porque todas las voces tienen un no se qué explicarte y luego llega toda la confianza, los paseos sabatinos, la extraña realidad, que llamamos extraña por lo extraordinario de ir con alguien que no es uno, sino contigo. Y nos damos cuenta de todas las cosas, pero estas carecen de importancia, sólo están allí voluntariamente, somnolientas, sin afectar nuestra discreción en el corto amanecer de la cama, en la infinitud de calles y calles; me gustaría explicarlo mejor, no puedo. Y nos vemos y no nos vemos. Gotitas de memoria salen de mis ojos, se me agota.
Sólo quería contarte lo que siento ahora.
Sólo quería contarte lo que siento ahora.
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