martes, mayo 29, 2007

De allá

Mariachi

Dibujo de Nicolás Paris.
Desde Bogotá.

domingo, mayo 27, 2007

M.

Me gustaría ser Inti el que se escapa. Me gustaría llover en toda la ciudad, con sonrisa de huerta de mangos y colores de ciruelas; con hoyuelos de mi abuela y el suspenso de sus ojos. Me gustaría ser el silencio de mi gato, ser su color, que ahueca cualquier muro, que es una puerta siempre en movimiento.

martes, mayo 22, 2007

Este no es un post musical

Cuando escuchaste la música empezaste a recordar. Hay canciones que son como arquitecturas, específicas, donde bien puedes detenerte en sus gradas y zócalos o sólo oírlas. De nada sirve mirar porque ya nada es como fue. Tiempos aquellos. Los de la compañía. ¡Cuántas cosas podrían contarnos los lugares! Interlude. Empecé a escuchar a Morrisey cuando llegaron esos pájaros colombianos. Ese trío bien combinado, nimbado de muchas nuevas cosas, que sin embargo siempre habían estado allí. Nunca tuve en toda mi estancia en la universidad amigos como ellos. Ahora no sé, haciendo y sorbiendo el conocimiento misterioso del mundo. Y escribo Morrisey, porque su música siempre es como una caja musical abierta, y los pienso presentes, etéreos, casi fantasmales y recargo una enorme sonrisa que se dispara más alegre en los momentos en que la lucidez me permite imaginarlos conmigo. Pero como dice el buen Elías: “Los buenos viajeros son despiadados”. Los buenos viajeros casi no recuerdan y todo lo nuevo que vieron escucharon, se lo guardan para siempre. Por eso su silencio es un polvo muy fino que lastima los ojos, y pueden continuar andando sin ningún lazo de afecto que los retraiga de su presente. Siguen viajando, tolerando todo lo nuevo.
Iba a un concurrido tianguis de sábado, lleno de bandas y mujeres y hombres tatuados. Portaban piercings en su cara como patinetas en las manos. Jóvenes y señores convivían almorzando una quesadilla de huitlacoche con cerveza, y entre puestos que vendían camisetas, antigüedades, vinos caseros, LPs de colección y casetes de protesta, hallamos la palabra Siouxsie. En ese tiempo era un cazador de palabras, quería aprendérmelas todas. Mi amiga, que sabía de música, me regaló un casete de ella
—te va a gustar mucho
yo confiado, y apropósito de la palabra, lo acepté. Cómo uno encuentra influencias musicales, o será una apropiación para siempre de buenos momentos. Hoy, hace ya unos años que pasaron esos momentos, escucho Interlude, que mezcla las voces de estos maravillosos músicos, y yo, ataviado de la memoria, mezclo también las huellas de los buenos amigos ya idos.


Morrisey & Siouxsie - Interlude.mp3

viernes, mayo 18, 2007

Safo

Alonso ha llamado, y me ha contado, emocionado, muchas alegrías. Está muy contento. Él, me recuerda a algo que dice Galeano: “desde el cielo vi que las personas eran un mar de fueguitos; algunos eran fuegos pequeños, delgados, tenues, pero otros eran tan grandes y animosos que si te acercabas te encendían…” así me he quedado, contagiado de su brutal felicidad. Dice que conoció a Angelina, lo sospechaba, una mujer, y se ha entendido muy bien: respeta su silencio. Es formidable—me dice mi amigo—nunca deja de hacerte reír. —Y tú cómo estás. Ha llovido Alonso, el agua cambia el color de las cosas y nos limpia algunas tristezas. Nos aquieta, cómo explicarlo. Nos quedamos suspendidos, levitando, casi sin peso viéndola irrepetible. Y entonces las palabras desbordan, como agua, los muros y ocultan los árboles. Entonces un silencio de lluvia recorre toda la ciudad y sólo en el hueco de las campanas se abrevan nuestros secretos. Mi amigo me cuenta que pronto estará acá. Aunque no extraña nada, ya desea subir a la montaña, y meterse a las cuevas a dibujar murciélagos, y recoger sus hojas—como él la llama—. El tiempo de lluvias empieza compañero y no es para estar sólo en casa, salga, mójese poquito, acompañe a los campesinos, ayúdeles: haga una casa para atrapar el sonido de la lluvia, dibuje sus planos; llene de barro sus zapatos. Los míos son una peste y Angelina no me lo reprocha—tanto me cuenta su voz amiga. La vida parece que a momentos se estabiliza, o yo estoy equivocado, aunque no hablo de todos, escribo de mí, porque nos soy ellos, los que veo todos los días yéndose únicos, acompañados, solos. Mi amigo volverá, mientras tanto yo seguiré bailando tarantellas—perdón, escribiéndolas—para reconstruirme, para hacerme más amigo de las palabras, para aprender a escribir.

martes, mayo 15, 2007

Curiosidad

—Camina, camina mucho...
En mi humilde opinión, para aprender a irnos hay que caminar. Cargar con nuestro cuerpo, llevarse los pies, como cuando pisamos la arena, sentimos y miramos su belleza, pero no nos quedamos, sólo nos llevamos los ojos sin palabras. Hay que caminar despacio lento aprisa, caminar los ríos, los planetas; caminamos tanto caminar. No son huidas, no las fugas, mira cómo mis palabras trazan señales (no son de lápiz que fácil se puede borrar) de esa siempre ola mía, mi siempre tierra querida.


De las cosas encontradas en mis cuadernos.

sábado, mayo 12, 2007

Notas

Este hombre que veo vive en las sombras, sin la “luz de luna” de José Alfredo Jiménez. La penumbra es tan densa que a penas puedo verlo. Sus miembros están rígidos y todo a su alrededor está estático. Ni siquiera sus recuerdos colorean el monocromatismo de su habitación y facciones. Adivino que tiene noches tristes donde la bruma, la niebla y todo lo telúrico amenaza con asfixiarlo. Me gustaría saber qué piensa. Sus parpadeos son lo único que distorsiona esta purísima visión de soledad. 12:53 hrs.

Hay un hombre regando las plantas con manguera, sin cuidado, por cierto. Su rudeza encorva los tallos de las flores y es un chapuzón violento en todas las hojas. Anda en mangas de camisa y como el tiempo es caluroso, aprovecha el instrumento para echarse agua en su frente, en su espalda, en su pecho. También enjuaga sus zapatos que quedan de un color café tabaco, como el tronco de un árbol sin estrías. Yo no sé por qué no termina ya. Parece que la satisface el olor mezclado de agua y tierra, el movimiento, el sol, el ruido, el estar como comúnmente se dice: al aire libre. 01:00 hrs.

miércoles, mayo 09, 2007

"Mi Vida Entera"

Aquí otra vez, los labios memorables, único y
semejante a vosotros.
Soy esa torpe intensidad que es un alma.
He persistido en la aproximación de la dicha y
en la privanza del pesar.
He atravesado el mar.
He conocido muchas tierras; he visto una mujer
y dos o tres hombres.
He querido a una niña altiva y blanca y de una
hispánica quietud.
He visto un arrabal infinito donde se cumple una
insaciada inmortalidad de ponientes.
He paladeado numerosas palabras.
Creo profundamente que eso es todo y que ni veré
ni ejecutaré cosas nuevas.
Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en
pobreza y en riqueza a las de Dios y a las
de todos los hombres.

JLB


Me soñé muerto y nada había cambiado. Sólo los rostros crispados de mi familia. Todo lo demás estaba igual que cuando me imaginaba vivo. Tal vez recordé dos nombres en el momento que perdía la vida, no recuerdo más. Mi jaula es mi cuerpo, inerte, pesado, allí me quedé encerrado en medio de pasillos como los de la casa de Asterión. No pronuncié lenguaje, no miré nada, ni escuché, sólo podía pensar. La total negritud no era tan bella como los destellos que a veces me sobrevenían. Sin embargo, caminaba, estoy seguro, pero no sentía un piso, estaba a la deriva. Intenté tocarme, pero no había cuerpo, no había manos pero las sabía conmigo. Mi muerte no opacaba, sin que fuera mi deseo, el ritmo del mundo. Qué era entonces. Por qué morirme cien veces en un sueño. Más que morir, me dolía profundamente el dolor de mis padres, y era extraño, puesto que ya estaba muerto. Desperté con los ojos acuosos, señal de que sigo soñándome. 14:04 hrs.

miércoles, mayo 02, 2007

--

La larga cicatriz en la casa de Susa. Vámonos al cielo. Cuando miro las fotos. Cuando miro tus ojos, que no ven ya, pero están viéndome, como esos anuncios luminosos de la calle, o la Monalisa en rompecabezas de la salita. Hay que hacer las letras tan grandes como las hojas. En el punto. En la noche sentí morriña y para más inri amaneció nublado. Pensé en papá, en la alegría que le provoca la marea. En lo que exige. Quise dormirme luego para trasladarme a su cielo poblado de viejos caseríos y edificios sucios de los que sólo queda su sinfónico nombre: “el edificio uno, dos, tres”; y el mar resulta a cierta distancia razonable del cuerpo, pero muy lejano de los sentimientos. A cierta parte inconclusa del puerto, fundida entre concretos barbaries y anuncios de focos fundidos, con toques de modernidad, sin embargo, esta consiste en tiendas de consumo que parecen un albergue para la pobreza. Papá desbordaba su alegría en la calle y su entusiasmo con toda la gente, hasta nos presentaba, como presumiéndonos, como sintiéndose orgulloso; a la hora de comer nos llevaba a lugares folclóricos donde señoras prietas nos apresuraban las tortillas, y los olores a mariscos y menudo nos confundían al momento de ordenar. Entre trayectos, el transporte público nos prevenía de mucho sol: flotillas de camiones oxidados, luminosos, pintorescos algunos y otros llevando de estandarte publicidad gringa, dotaban al paseo de minutos de tranquilidad y convivencia, aunque fuera visual, con los residentes que llevaban la ropa húmeda y todavía arenosa, con muchachas negras observando por la ventana y recibiendo el fresco viento al avanzar por la costera el autobús. Sin duda, si tuviera mi edad, cruzaría de una orilla a otra nadando la bahía
—para mí es fácil, cuando me canso nado de muertito… y sigo, sigo nadando.
sólo para demostrarse a sí mismo su vitalidad, su alegría de vivir, su enérgica pasión por estar aquí; sólo por placer. Lo imaginaba caminando solo en la noche desnuda, tranquilizando su paso en los lugares en que la memoria le daba un golpe de sonrisa. Lo imaginaba también, seguro de que alguien, sin estrellas en su cielo, lo pensaba y lo creaba allá a lo lejos, y lo creía nostálgico, contento.