“Estoy solo, completamente solo junto al mar y en esta habitación. Si hay algunas personas en este lugar, no se preocupan por mí, y yo no me preocupo por ellas. Vivimos en la mutua indiferencia. Ellos son cosas para mí, yo soy una cosa para ellos. No nos interferimos ni nos consolamos. He venido hasta aquí, donde nadie me conoce y no conozco a nadie, para estar solo con el estruendo del mar y los ladridos de los perros en cautiverio, los alaridos de los niños inexistentes y las marchas militares de los tocadiscos sin dueño. Ni siquiera el viento me conoce, ni siquiera él me tiene en cuenta mientras ulula atravesando las ventanas de los rascacielos vacíos que se conmueven a su paso. El tampoco se ocupa de mi soledad, no entiendo su lengua, ignoro la letra de sus canciones insensatas. Sobre todo, no hablo. Para tener algo que decir debe haber algo que sea decible. Yo miro a mi alrededor y sólo encuentro objetos solidificados, congelados por el invierno supremo, perfectamente ajenos y exteriores; camino entre estos cadáveres, sin encontrar en ellos nada que pueda convertirse en palabra: he olvidado cómo se llaman. Cuando cae la noche, quiero mirar por la ventana a las casas de al lado y la ilusión diurna de vecindad se disipa, no aparece ninguna luz. Son las casas de nadie y nadie habita en ellas. Esta es una parte de mi vida completamente al margen de mi biografía. Tengo que conectar rápidamente mis aparatos audiovisuales para ser yo durante un tiempo el que vigile al mundo, en busca de un poco de calor inhumano.”
Frag. de José Luis Pardo
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