Vuelvo a casa como un quelonio. Las horas son elementos, como el scrabble que suena al caminar en tu maleta como si fuera una marimba. Todas esas palabras sueltas que cuentan esto y los ojos que tú miras. Pero yo me pongo cómodo. Apago las invitaciones de sociabilizar al lado de ellos y te palabreo solamente para mí en la habitación. El tiempo se desliza suave ahora, y me siento un aprendiz de escriba. No terminé de leer “Silvano”--recuerdo
el tacto apresurado con que me tocabas.
Hay noches exactas y más tibias que ésta, pero estás acá silbando lo que sigue y con eso me basta para hacerla mía. Había tantos ventiladores, y sus ruidos como nubes que no dejan ver el cerúleo cielo de mayo, ocultaban el leve girar de los engranes sin sustancia. Como parte de esa maquinaria, trabajábamos, únicos y solos al ritmo del giro de sus hélices sucias y dentadas. Las voces que permeaban los quince centímetros del muro parecían tarareos al ser impulsadas por su viento. Que pase algo--decían unas
mujeres con voz de sirena.
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