Observo y siento que mis ojos son los de mi madre. Pero no como si fuera un rasgo físico
—hay, mira que tiene los ojos de su madre
—tus ojos son iguales a
Como si un extracto de ella se traspasara en mí. Como si la vida se compusiera de planos y a veces el plano de su mirada se traslapara con la mía. Pero no veo lo que ella, no soy omnipresente ni tengo en la visión esa potestad que tienen los padres ante los hijos. Miro desde aquí con sus ojos y no sé si a ella le ocurra lo mismo, o nos piense en situaciones semejantes. Quizá con un deseo de protección
—hay, qué estará haciendo
—dónde andará
que la acerque y escuche y sepa de nuestros adondes. Extraña sensación que muere en micras de tiempo y que las distracciones burdas intentan desaparecer. Extática sensación que hace invisible el entorno y al silencio un gigante aliado.
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