En el incómodo asiento de bus uno va muy campante y se pone a pensar en las pequeñas trampas del camino. Trampas puestas allí por vaya a saber quién y que promueven largos insomnios y pesadillas. La milimétrica separación que provee la ventanilla es un vano filtro: todo se ve, aunque la visión pocas cosas reconoce. La masa vegetal se densifica en la noche, son como las trenzas de tía Aurora. ¿Es este recuerdo un subterfugio, una trampa?—te preguntas. El cabello enlaza la memoria. Lo ves sobre la baldosa rústica, quizá más bello que cuando tía Aurora le enredaba un listón patrio. Lo ves allí cerquita de tus pies como si fuera un insecto pisoteado. Al cabello le salen voces y éstas reverberan en las paredes de tu cráneo. Dicen que el cabello nos crece aunque estemos fallecidos, pero hay uno que se asienta y obstruye nuestro imaginar: el que crece en la memoria. El que va creciendo en todas partes, en el aliento, en el viento amargo y frío, brusco y suave de esta noche flaca. Te vas dejando por allí como si de una pequeña trampa se tratara. Las cosas son tu juez. La semilla flota.
lunes, agosto 08, 2011
Subterfugios
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