La vida de los nombres es breve es agua de las fuentes. Será que tal vez nos quedamos en la otra impresión de nuestro nombre. Tantos nombres que somos, que hemos sido que seremos. Impresos y después guardados en libros que dejamos de leer y algunos los tiramos en los basureros públicos. Ya no me sirves—decimos. Nuestros nombres se quedan en algún resabio de los desperdicios de la ciudad. Almacenados en el gran confín de objetos que van quedando en desuso, y no porque hayan dejado de servir, sino porque justo en su potencia ha salido uno con mejores especificaciones técnicas. Cada cosa es reemplazada por una cosa con más tentáculos, como nuestros nombres: ciegos y testigos mudos de un viaje de una aproximación.
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