Pal viejo
Adorábamos—quisiera recordar—las cenas de viernes por la noche. Según papá, los platillos del “Dennys” eran los “más sabrosos”. Creo que por eso nos comíamos esa noche de viernes, como una instantánea: rápida. Tan ágiles comíamos los cuatro a la mesa, yo tendría seis y medio—¿o cuatro?—vestido de trajecito verde militar y bien peinado, gracias al cariño y cuidado desmedido que siempre he tenido de mi madre. Creo que de ambos, pero en especial de ese pequeño núcleo que es mi familia. Recuerdo ahora, las noches de viernes, por ser precisamente viernes y de noche, porque siendo niño regresaba tumbado de sueño, pero con la barriga llena; y es aquí cuando queda bien escribir el otro cariño: el de papá, que se empeñaba en protegerme físicamente
—Omarcito, no te puedes dormir sin dar cincuenta vueltas...
¡ por Dios ¡ 50 vueltas para un niño de seis, después de haberse comido ordenes de cena, con mucho sueño; total esos recuerdos enternecen, me sobreviven, me hacen sentirme tranquilo y en paz, como seguramente acababa tendido en la cama después de la terrible caminata. Imposible de olvidar.
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