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La muchacha que recoge conchas
Hoy he visto salir una mano desde el fondo marino, pero para mí era la mano que tomó la mía. Lunes, el martes los acertijos, el miércoles... el jueves, los días cargados de significados: mensajes tan difíciles de comunicar a mi hermana, a mi gato, a mi padre o a mi madre. Definir, traducir a palabras, pero que por eso mismo tú te me presentas decisiva; viernes, sábado, domingo. Son días, anuncios que se refieren a mí y al mundo a un tiempo en que tu silencio mira el trocito de playa, al momento en que marcabas la arena, con tu porte inconfundible: la cabeza alta, el cuello erguido, como orgulloso, en que las cosas no saben sino hablar de su ausencia. Y es de verdad que ahora no se es nada, sólo un juego de espejos en el que nadie se mira. Recuerdo la presión de tu mano, la fuerza sumergida, esa preciosa sujeción tuya de tantos minutos, momentos en que era dirigido a ti. Pero, ahora estoy solo y puedo ser yo, no recordarte: indefinirte, pensarte, usar mi pulmón izquierdo, guardarte en mi corazón, oírte en mi cabeza; dormir con la cabeza tapada, quieto, esperando que guardes un trozo de mí en tu memoria. La vida no es como una canción de Robie Williams—le digo a Yoli—, la vida ahora me hace levantarme a cerrar la ventana, sellando el cuarto de las paredes lilas, en que escribo y lanzo pedradas a tu laguna.
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