En la literatura árabe se puede encontrar la siguiente frase: las estrellas y las flores tachonan los campos de la tierra y el cielo. Es así como se puede ver en el techo, un entrelazado hecho de madera de ébano, extraordinariamente resistente al paso del tiempo, en dónde los elementos geométricos representan lazos que forman polígonos simétricos; también se ve que se forman motivos vegetales estilizados, a manera de ataurique, que más comúnmente se encuentran en frisos, zócalos y cenefas, representando flores; y una estrella de seis puntas al centro como la glorificación inequívoca de la Unicidad de Dios. Esta combinación geométrica o lacerías de estilo mudéjar, centelleante juego de líneas próximo al carácter del rococó, me aproximan a la puerta, por donde mis pasos avanzan sin declinar la mirada. Le agradezco al señor que me ilustró sobre los tipos de madera, y le repito: “gracias por la palabra ébano”. Sonríe, no sin antes darme una palmada, sospecho que ese movimiento, de escasa fuerza, ha de ser alguna manera de decir gracias. Le sonrío, otra vez, y me despido. Afuera espero a Dení; quedamos de ir a la función de las ocho diez, y el museo lo cierran a las siete; si supiera que hay tanto tiempo. Todavía volteo otra vez más; me miro como el último que salió, y me quedo solicito en el medio de la plaza. Haber si no demora Dení; no llevo reloj, pero se me antoja poseer uno, miro encima de la ventana coral de la catedral y la manecilla del segundero no está, el minutero luce muy lento. Las diagonales imaginarias las trazan los escasos niños, parecen adultos diminutos. Trato de no desesperarme. Cuando me acerco a las bancas, se acercan también los que bolean los zapatos—llevo tenis—les digo. Me dejan solo. Hay tanto espacio ahora en la banca; Dení estará por llegar, la sala de proyección está a quince minutos caminando, confío, ya llegará. Cuando llegue, le pediré que se siente un momento, sólo para sentir que se encoge el espacio. Y sí que aceptará, desde que regresó de Madrid, empapada del arte isabelino, se ha vuelto más sencilla, claro que esto no quiere decir que por eso aceptara de buen agrado el asiento, es sólo un pálpito que tengo. Sé que no ha pasado mucho tiempo desde que baje los escalones y llegué aquí, pero el ansía empieza a comerme, como si muchísimas hormigas hicieran agujeros en mis brazos. Imagino la función, ya muy próxima, la gente viendo las carteleras, indecisos, preguntándose qué ver; Dení comprando palomitas, me aseguró que me gustaría más que los artesonados del museo...
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