Y enarbola las páginas de los diarios, blancas y negras como el espacio cuando se estaban formando las galaxias, y atestadas ‑como entonces el espacio‑ de corpúsculos aislados, circundados de vacío, privados en sí mismos de destino y de sentido. Y yo pienso qué hermoso era entonces, a través de aquel vacío, trazar redes y parábolas, individualizar el punto exacto, la intersección entre espacio y tiempo en que saltaría el acontecimiento, indiscutible en el ápice de su resplandor; mientras que ahora los acontecimientos se caen ininterrumpidos, como una coladura de cemento, en columna uno sobre el otro, uno encastrado en el otro, separados por títulos negros e incongruentes, legibles en más sentidos pero intrínsecamente ilegibles, una masa de acontecimientos sin forma ni dirección, que circunda, sumerge, aplasta todo razonamiento.
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