viernes, marzo 25, 2011

Sueño

Estoy rodeado de viejos rostros en un salón inmenso. Rostros de viejos niños y jóvenes. Sus muros son aparentes y en el espejo de las columnas me reflejo. Soy yo todos y yo soy éste frente a mí. Las edades tatuadas en mi rostro. Piel de grama arena noche. El límite es hasta donde alcanza la vida. No existe un después.

sábado, marzo 12, 2011

Sol intenso sol

Su cuerpo cede al ver las hojas de buganvillas y tal vez piensa en lo efímero, en la futilidad de la eternidad. Tal vez nunca pensó en la eternidad de su cuerpo que cede al recoger las hojas de la acera. Él se siente esa hoja de bello color. La ha dispuesto cerca de su mesa de trabajo. Tantos años dedicados al estudio y tantas hojas que terminaron de perder su color y ser ese polvo que se adhiere a las patas de su gato. Un felino que salta, núbil se desplaza ágil. Imagina remotas capacidades. Su falta de adaptación y la lógica de la arquitectura de su cuerpo: petrificado. La arquitectura es una piedra. No tiene raíces como él. Jamás pregunta por esa familia que lo obligó a proscribirse del sur al centro del país. Ignora a la que está en el norte como a las páginas de deportes en sus diarios. Y en su centro, es decir, en la que él formó es un objeto anacrónico. Sus sentidos languidecen, son la máscara para pasar desapercibido. Sigue mirando la hoja, el color deslavado como la sonrisa de su rostro. Alguna vez su risa fue la semilla que sembró pasión en las mujeres que lo amaron, y en los hombres ese deseo de incendiar y subvertir la ideología. Ahora hay una ruina que será la sombra y el terreno fértil para levantar otra arquitectura. Todo cayéndose como las hojas. Todo moviéndose como el gruir de su gato. Inútil aferrarse a la nada. La nada es un automóvil bajando por la calle, la nada es él inmerso en las miradas, la nada soy yo haciendo clics clics clics

jueves, marzo 10, 2011

Errante

A veces vemos que pasan. El pasillo estrecho y largo no está provisto de ventanas. Lugar que fermenta la oscuridad, también el desánimo y echa a andar el miedo. No sabemos que hay en su centro, guarda como pirámide prehispánica, secretos, dulces voces, huellas petrificadas a falta de viento, insectos que convertimos en polvo con nuestros pasos, arena antes textura de agua. ¿Solo yo miraré esto?—me pregunto rodeado del silencio de la mañana. Único entre archiveros y las vocingleras compañías. Me despierto lleno de cicatrices como en ese texto de Esther Seligson: las heridas de un corazón mezquino no forman cicatrices; traicionarse a uno mismo provoca heridas que jamás harán cicatriz; rehuso acomodar mis heridas y apasionamientos en la cicatriz de la indiferencia; ¿Para qué maquillas tus cicatrices si de cualquier modo su gruir te quita el sueño? Y las cicatrices me proscriben de esta parte del mundo. Dónde va mi compañero, qué marchitaran y germinará el lenguaje de sus pasos. Me coloco transversal al pasillo y como un ciego, a palma abierta, acaricio el aplanado de sus paredes, su horizontalidad lastima, quiebra la perspectiva de su abismo mis voces, sutura mis palabras. Salto a veces, ignoro su abertura de origen, su vigilia entretenida por los tactos de animales imaginarios. Mi sombra espesa en su interior sucumbe. Pasa desorbita errante corolario de alegrías y tristezas.

miércoles, marzo 02, 2011

Los perros muertos

Me retraen y causan confusión las pegatinas tamaño carta en postes de luz y casetas telefónicas abandonadas. Están en todas partes al mirar con atención. La búsqueda implacable de unos dueños decididos provoca en mí desconcierto, incierta intranquilidad que ni mis más largas caminatas logran distraer. Frío, magros pensamientos me alteran. Las caras de los ausentes poseen aparente felicidad y casi siempre están fondeados por impecables patios de verdísimo césped. Se busca aquí retratar un retazo de su vida, de su existencia otrora anónima a la que nos invitan por su extravío. Se eligen y seleccionan momentos anodinos que se transforman en extraordinarios. La clave está aquí: se selecciona un momento para convertirse en extraordinario. Tristísimo es que lo extraordinario representa la ausencia, una ausencia, su ausencia y la mía. Esta se multiplica por las calles del barrio en diversos formatos. Formatos de ausencia que asumen un poder en mí. Su vacío me desgañita, me vacía el aliento. La búsqueda incontrolable no cesa, disminuye el olvido. Luego las dosis de recuerdo fluyen imparables como si fueran barquitos de papel. En el anonimato de los caminantes descubro lúcido sus retratos.