jueves, marzo 10, 2011

Errante

A veces vemos que pasan. El pasillo estrecho y largo no está provisto de ventanas. Lugar que fermenta la oscuridad, también el desánimo y echa a andar el miedo. No sabemos que hay en su centro, guarda como pirámide prehispánica, secretos, dulces voces, huellas petrificadas a falta de viento, insectos que convertimos en polvo con nuestros pasos, arena antes textura de agua. ¿Solo yo miraré esto?—me pregunto rodeado del silencio de la mañana. Único entre archiveros y las vocingleras compañías. Me despierto lleno de cicatrices como en ese texto de Esther Seligson: las heridas de un corazón mezquino no forman cicatrices; traicionarse a uno mismo provoca heridas que jamás harán cicatriz; rehuso acomodar mis heridas y apasionamientos en la cicatriz de la indiferencia; ¿Para qué maquillas tus cicatrices si de cualquier modo su gruir te quita el sueño? Y las cicatrices me proscriben de esta parte del mundo. Dónde va mi compañero, qué marchitaran y germinará el lenguaje de sus pasos. Me coloco transversal al pasillo y como un ciego, a palma abierta, acaricio el aplanado de sus paredes, su horizontalidad lastima, quiebra la perspectiva de su abismo mis voces, sutura mis palabras. Salto a veces, ignoro su abertura de origen, su vigilia entretenida por los tactos de animales imaginarios. Mi sombra espesa en su interior sucumbe. Pasa desorbita errante corolario de alegrías y tristezas.

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