Me retraen y causan confusión las pegatinas tamaño carta en postes de luz y casetas telefónicas abandonadas. Están en todas partes al mirar con atención. La búsqueda implacable de unos dueños decididos provoca en mí desconcierto, incierta intranquilidad que ni mis más largas caminatas logran distraer. Frío, magros pensamientos me alteran. Las caras de los ausentes poseen aparente felicidad y casi siempre están fondeados por impecables patios de verdísimo césped. Se busca aquí retratar un retazo de su vida, de su existencia otrora anónima a la que nos invitan por su extravío. Se eligen y seleccionan momentos anodinos que se transforman en extraordinarios. La clave está aquí: se selecciona un momento para convertirse en extraordinario. Tristísimo es que lo extraordinario representa la ausencia, una ausencia, su ausencia y la mía. Esta se multiplica por las calles del barrio en diversos formatos. Formatos de ausencia que asumen un poder en mí. Su vacío me desgañita, me vacía el aliento. La búsqueda incontrolable no cesa, disminuye el olvido. Luego las dosis de recuerdo fluyen imparables como si fueran barquitos de papel. En el anonimato de los caminantes descubro lúcido sus retratos.
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