martes, marzo 20, 2007

Vergilio

Escribir otra cosa es abrir bien la boca, no dejar de pensar en usted en un momento en que siento la existencia congestionada de preocupaciones sin porqué, y tengo sentimientos confundidos por la ansiedad de hablar con alguien y de expresarme mejor en la hoja. Siempre tengo todo el día para mí, es como si todo el tiempo me la pasara escribiéndole una carta que no puedo acabar, como ese señor del asilo—¿se acuerda?—­que le escribió a su esposa muerta una carta hasta morir, la cual obviamente no concluyó. Ese tipo de historias me ponen la piel chinita. Qué de nuestra vida si sólo fuéramos parte de una carta, de estás líneas que le cuento. Siempre que escribo es para que me lea, tal vez así sepa que soy yo, tal vez así me encuentre, aunque, sinceramente no sé si usted me busque. Porque tengo esta extraña certeza de saberla en cualquier lugar, pero no sé el punto exacto, ni siquiera sé su nombre, su nacionalidad, el extraño color aguamarina de sus ojos. Aun así yo la sueño, de veras está aquí: mete sus manos en mis manos como si fueran guantes y me escribe frases sencillas, repetidas, hermosas; jugamos a los encantados y me desencanta con un beso, y yo toco su espalda de sueño como si quisiera tocar una risa, una voz. ¿Alguna vez ha pronunciado mi nombre? lo ha leído tal vez. 11 :33 hrs.

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