lunes, octubre 22, 2007

Cíclico

Días, horas. Amanecemos con una porción de tristeza, repartida en la noche estrecha y fría. Manos sin hablar. Ya no dicen lo que es recurrente, lo que nos pasa y sobresalta. El cuerpo se tomó su ración de infierno, ahora lo resiente. Presentimos en el amanecer de las cosas, las mentiras y las palabras que usan máscara. Inclinamos nuestros cuellos, desdoblando a fuerza de existir un alfabeto lleno de sonrisas. Cerramos los ojos, dormimos por los momentos en que extrañamos más. Intangibles, agotados, dubitativos, encerrados en nuestra carne marrón. Queremos respirar, que no nos detenga esa franja infinita de costa donde se hace imposible tocar el suelo húmedo, la arena tibia que enmarcó tus huellas. Nos vamos borrando lentamente, las fuerzas de no existir-nos son centrípetas. Las horas nos espinan. Dormir los anchos minutos, esconderse del tiempo para resistir. No, nada, no hay manuales ni libros que nos hagan gritar una loa a Tiempo. Debemos callar, mudarnos a las comparsas juveniles que nos degüellan la existencia, ser su carne de cañón y celebrar las tradiciones sabiendo que estas serán más peso para nuestra triste aflicción. Vivir, soñar, morir, y seguir estando con nosotros, hablándonos, respirándonos: haciendo del más simple acto cotidiano (coger el teléfono, meter la llave a la cerradura, peinarnos el pelo, cambiar la página del libro) el momento en que más nos reconocemos y, es entonces que dejamos caer esa lágrima, regando nuestras horas, días…

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