No tienen piernas, no pueden bailar. Las diosas de la gracia salvaron a Ulises, de sus cantos y belleza. Aunque ella, bailaría en toda esa noche, rodeada de cinco sauces llorones.
En la calle, decidiría que era mejor la carta de "la Sirena" a la de "la Estrella". No hubo voz destino del abuelo. Hubo sólo el impulso de sacar la mano del bolsillo, cogerla y guardarla en el envés de su saco. Ya allí, oculta, discreta, liviana como se miraría su talón en el recuerdo, respiraba.
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