miércoles, enero 31, 2007

De cartas

Siento, no sé decirte. Una quietud, digamos mística, pero ensombrecida por los periodos del día. Te hablo de esto para que estés aquí conmigo. El sol modifica la sombra que tengo de ti, me ciega. ¿Sabes? Desde que pintaron el muro rojo de blanco, justo después de las doce del día es imposible mirar al frente, por la vidriera, entonces me volteo y sólo veo la infinitud de azulejos amarillos del cuarto. Parezco un Hopper, le he dicho a mi hermana, y ella sólo sonríe, creo que ignora lo que es y no nos decimos nada, nos quedamos sin palabras. Escucho todas las horas, y sí, leo, no tanto como quisiera porque existen las interrupciones, necesarias para la voz. Es curioso, pero cuando tomo una cerveza me entran unas ganas de hablar, pero mientras más bebo más difícil es pronunciar las palabras, como si me fuera quedando mudo-mudo voluntario. ¿Cómo se escuchará mi voz si yo me oyera no siendo yo? ¿Te acuerdas tú? Porque todas las voces tienen un no se qué explicarte y luego llega toda la confianza, los paseos sabatinos, la extraña realidad, que llamamos extraña por lo extraordinario de ir con alguien que no es uno, sino contigo. Y nos damos cuenta de todas las cosas, pero estas carecen de importancia, sólo están allí voluntariamente, somnolientas, sin afectar nuestra discreción en el corto amanecer de la cama, en la infinitud de calles y calles; me gustaría explicarlo mejor, no puedo. Y nos vemos y no nos vemos. Gotitas de memoria salen de mis ojos, se me agota.
Sólo quería contarte lo que siento ahora.

jueves, enero 25, 2007

De cartas

El día desaparece, atónito lo miro, incrédulo. Cada vez hay menos luz en la casa, desde que cancelaron la terraza, mi aliento y todas las emociones imaginarias, nostálgicas y extraordinarias que nos ofrece el pueblo visto desde aquel lugar, se marchan, sólo quedan en las hojas de calendario que se arrancan. Doblo mis recuerdos, continuo. Alguno se me extravía convertido en un avión, en barquito. Si supieras las alas que me faltan, claro, ahora lo sabes, sentada y perfectamente erguida, contenta hojalata. Por qué se va la tarde, que se vaya y yo me quedo; y que nos quedáramos acurrucados en una banca, despidiéndola, mientras comemos sandía y lloramos irónicamente su ida. Extraño mucho la calle de Madero a las casi 10 de la noche, y también esas tiendas de dulces a granel del centro-oriente. Bueno, la tarde se acaba para mí, debo acompañarla.

jueves, enero 18, 2007

none

Las palabras me parecen instantes que el corazón devora, a veces, sabiendo que lo intoxican, pero le hacen trasmutar el tiempo, convertirlo en belleza. Ojalá el recuerdo fuese alegría, mas las palabras ya leídas me hacen llorar.
Sin un post.