lunes, enero 30, 2006

Ejercicio

Detrás quedaba Chilapa, mi amigo Miguel me invitó. La Plaza estaba llena de artesanías, de palma y bejuco... Fue un día muy disfrutado, la carretera se está convirtiendo en una fascinación, en algo delirante. Decía él, que fue el siete de enero cuando empezó a manejar, y lo usaba como justificante cuando las curvas y su inexperiencia, hacían que se tambaleara el pequeño automóvil. Por fortuna y suerte llegamos bien, y mi amigo ya en el lugar, repetía esa sentencia que lo caracteriza: “lo último que perderemos es la vida, por eso cualquier instante es bueno para morir”. Respiraba, estiraba sus brazos y echamos andar. Miramos, probamos de todo, cosas que no mencionaré, porque fueron demasiadas. Aunque debo decir que la granada naranjada estuvo excepcional. Iban y venían los comerciantes de dudoso atuendo, señoritas de cuellos coloridos que adornaban, como un rehilete, la Plaza al pasar. Antes de regresar, entramos a la cocina ecléctica (concepto bastante raro para el lugar) pero muy bien recomendada por la señora Tela. Pedimos el platillo “típico”: mole, acompañado de un vasito de agua de caña, y creo que hubiéramos podido comer sabroso, sino fuera porque a mi amigo le dio miedo. La decoración sospechosa le provocó una afección en el estómago: el xoloescuintle disecado, el sapo-maceta del tapanco, el balaustre victoriano combinado con unas candilejas, los maniquís disfrazados con la indumentaria indígena, la piñata de Satanás, el huipil negro; pero lo que acabo con su paciencia fue el lava manos. Este, estaba representado por un querubín, al momento de abrir el grifo, el agua venía de él como si estuviese orinando. Miguel, indignado, hecho mil furias y prefirió salir, molesto y decepcionado de tan “horroroso” lugar. Se alegró pronto, en cuanto le dije que podría manejar de vuelta, dejo escapar la sonrisas al portal.

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