miércoles, diciembre 02, 2009

y

Cómo decirlo si no hay papel. Sí, nocturno este paisaje.

Abrió los ojos y sintió un gran deseo de no ser nunca visto. Caminó con su perro, mirando su paso tranquilo, casi de algodón. Se acordaba de cosas.

Le gusta la soledad de los árboles en la noche. Llega a casa y sale caminar. Nada más abrir la puerta y él se le queda viendo con emoción. Sus ojos le conmueven y piensa en su espera triste de la tarde, en su lealtad.

Traza su ruta y se deja guiar por la secreta fuerza que estira de su brazo. Vibran sus pies. Su corazón apenas salta. Permanecen sus ojos cerrados.

Es afuera cuando se siente acompañado. Dentro, las paredes acotan su soledad y la revelan y se refleja: mira su imagen empañada, deformándose a cada ladrido de su acompañante.

Es su voz un segundero.

El paseo lo nutre. También son dosis de olvido.

Hay madrugadas en que se despierta llorando. Imagina que no es de aquí. Que no es su cuerpo. Que es un adentro. Qué bueno que Dios nos expulsó del Paraíso­—piensa­—acotado por la piel, acotado en el silencio.

Roza el margen de penas por las noches. Viaja en vehículos velocísimos. Salta un mar de escamas de luna. Escribe cartas en rollos de papel higiénico.

Abre los ojos: busca libélulas en la noche.

1 comentario:

mabellev dijo...

me encanta la ye