lunes, mayo 03, 2010

Cholula

Viajamos sorprendidos, digo yo... La carretera se estira como esas buganvillas de los viveros de Atlixco. Sentía una sequedad-por así decirlo-en la boca, en los labios. El calor se filtraba por el plástico del vivero y hervía los bellos de la piel a un punto extraordinario. El humor excelente. Ya no recordábamos esas cuatro horas que nos habían traído aquí, enjutos, sólido, vivaces. La tensión ha disminuido-pensaba-ahora, con el calor sólo se antojaba el agua de ámbar que había casi hurtado del eficiente “subzero”. Eran, fueron, son horas breves, exquisitas. A ella le pesó la pierna y la velocidad la emocionó, aunque parece que el tiempo no deja ningún saliente y en los momentos que nos pensábamos extraviados llegaban dosis de locura pura que nos alegraba. La vida me recorre en forma de viento por el rostro, y yo levanto la visión a ese infinito único del centro del país, únicamente frenadas por esos moluscos de la tierra: las montañas. Perdidos, perdidizos, para nada. El embrague del coche, el uno, dos tres de las velocidades amortizando la llegada, para que no sea explícita la emoción, para que el éxtasis de verte no sea inmediato, para que te demores en mí como estos atardeceres que gozan tus ojos, estas caídas sin herir el entorno de culturas ancestrales antiguas, estos olores que nutren mis manos, estas alegrías que absorbo, estos sabores que viajan y vierten su velocidad definida, única y precisa.

No hay comentarios.: