jueves, septiembre 22, 2005

Carta a Nashville

He visto poco a mi tía en la vida que tengo vivida. Como también muy rara vez he escuchado a mi padre hablarle. Manita—le decía—. Con el alma en su boca, él le enviaba a voz un gran abrazo. Vaya que lo necesita. Confieso que duele esa lejanía de sentirse tocado por un dolor “ajeno”, sin embargo se hincha la piel de impotencia, de no hacer, poder nada: solo esperar; recordarla en las brevísimas visitas que nos hizo. Recuerdo a ráfagas violentas sus regalos, la vez que caminamos trazando una aguja en el zócalo de México. Y hoy, a la hermana de mi papá casi se le muere el hijo.
—Es tu primo Betito—me enseñó alguna vez su foto mi tía, tan parecida a mi hermana, tan su piel como la mía.
—Está todo lleno de tubos—dice mi madre que le dijo mi tía al teléfono. Cómo salvar tan grandes distancias, cómo acercar-nos. Hoy nuestras oraciones son para ellos. Para los que están allende el mar y buscan hallar fin a tan terrible desconsuelo.
Con Usted tía Ana.

inti

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