sábado, diciembre 03, 2005

Espantapájaros

Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando.Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuies y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca.Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

Oliverio Girondo



Se me acaban los caminos. Todos, después del llanto, me imantán allí. Cuando volví a verla, no dejaba de mirarla. Ni de hablarle decidido. Le contaba de los viajes: en todas las mujeres que veía te recordaba insistente: en el rostro desconocido del brazo extendido que lleva el paraguas, en las manos mojadas de las niñas que jugueteaban en el borde del mar; en la mujer que vuela la cometa. En la mujer con alas en la plaza y aquella que sonríe al pasar. Y me ahogaba en sus ojos de silencio. Ojos de mujer nueva, cómo hubiera deseado que me sobrará tiempo para rozar la punta de su mano. Le contaba de mi llorar de amor. De amor he llorado—le decía—“he llorado con la nariz y con las rodillas” “he llorado por el ombligo, por la boca”. Cómo adoré la memoria toda, como la aprecio ahora que la recuerdo. Cómo adoré ese poema de Girondo que de niño me hacía llorar y reír. Y la humildad de ella, novísima, consolándome. El amor es voluntario—dijo—no te mueras, no te jodas: aquí estoy, aquí estás, aquí estamos, aquí empezamos. Cómo quise besar su boca. Su boca nueva roja, sus labios de luna creciente. Su boca toda hablando con mi lengua, con mis dedos. Su boca de semilla de manzana. Su boca que toda cabe en mi boca y en tres de mis dedos. Su boca nueva que con un beso cierra las ventanas de las heridas. Cómo hubiera querido retroceder los pasos, el aliento, regresarme la cabeza, retardar el abatimiento de los párpados; reducir en centímetros la mesa que nos dividía y daba inicio a este duelo. A este ser tuyo mujer: cuando me miraste para despedirte con tus ojos humedecidos de ternura, y mirándome en silencio inmóvil vertical, pude creer otra vez en mis ojos y pude caer a ti desmayado. Sin embargo no puedo no dejar de verte. Gracias ¡tarde turquesa!

No hay comentarios.: