jueves, febrero 09, 2006

The Birthmark


...me regalaron un libro. Para las navidades de aquel año, mi madre me compró una antología de relatos de escritores norteamericanos. Cuentos clásicos americanos, un enorme volumen encuadernado en tela verde, y en la página cuarenta y seis había un relato de Nathaniel Hawthorne, El antojo. ¿Lo conoces?
Vagamente. Creo que no lo he leído desde el instituto.
Yo lo leí todos los días durante seis meses. Hawthorne lo escribió para mí. Era mi historia.
Un científico y su joven esposa. Ésa es la situación, ¿verdad? Intenta quitarle un antojo de la cara.
Un antojo escarlata. Del lado izquierdo de la cara.
No es extraño que te gustara.
Eso es decir poco. Me obsesionó. Ese relato me devoraba viva.
El antojo tiene la forma de una mano, ¿no es así?
Ahora empiezo a acordarme. Hawthorne dice que parece la huella de una mano apretada contra su mejilla.
Pero pequeña. Es del tamaño de la mano de un pigmeo, la mano de una criatura.
La mujer sólo tiene ese pequeño defecto y, aparte de eso, su cara es perfecta. Es famosa por su extraordinaria belleza.
Georgiana. Hasta que se casa con Aylmer ni siquiera piensa que sea un defecto. Es él quien le enseña a odiarlo, quien la vuelve contra sí misma y le suscita el deseo de quitárselo. Para él, no es sólo un defecto, no es únicamente algo que destruye su belleza física. Es la señal de una corrupción oculta, una mancha en el alma de Georgiana, la marca del pecado, de la muerte y de la putrefacción.
El sello de nuestra condición mortal.
O simplemente de lo que consideramos humano. Eso es lo que hace tan trágico el relato. Aylmer va a su laboratorio y se pone a hacer experimentos con elixires y pócimas, intentando descubrir una fórmula para borrar la pavorosa mancha, y a la ingenua Georgiana todo le parece bien. Por eso es tan tremendo. Ella desea que su marido la quiera. Eso es lo único que le importa, y si la supresión del antojo es el precio que tiene que pagar por su amor, está dispuesta a arriesgar la vida por ello.
Y él acaba asesinándola.
Pero no antes de que desaparezca el antojo. Eso es muy importante. En el último segundo, justo cuando está a punto de morir, la marca de la mejilla empieza a desvanecerse. Se está borrando, desaparece del todo, y sólo entonces, en ese preciso momento, es cuando muere la pobre Georgiana, La marca de nacimiento es ella misma. Si desaparece, ella también desaparece...


Extracto de Libro de las Ilusiones, de Paul Aster.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hoy necesitaba leer este fragmento del libro de las ilusiones, por mas que busque el libro por casa no recuerdo a quién se lo deje, necesitaba volver a repasarlo y decirme a mi misma que todos somos mortales y que esas pequueñas cosas son las que nos hacen estar vivos.
Gracias por tenerlo aqui.

Anónimo dijo...

Te quiero, padre. No fuiste. Eres. La literatura me ayuda en tu ausencia. Este es un gran libro dentro de la respetable categoría de libros para pasar agradablemente el tiempo. Me pregunto por qué Auster no me llega de manera tan definitiva como Camus. Este es un escritor de lectores, aquel, escribía para la literatura. El hoy contra la eternidad.