miércoles, agosto 09, 2006

Acostumbrada al desorden paulatino, acostumbrada a acomodarlo; cuando está ordenado lo desordena, para estar haciendo ‘algo’: así es mamá. Miro sorprendido al despertarme, su silueta fina, tendida, con los ojos cerrados, clausurando todos los misterios. Cuando rozo su mano, su sonrisa toma forma de sorpresa, y yo agradezco ese espacio único, indeleble, infinito. —Mamá, ya me voy—repito su nombre como un canto, y no cesa ella de mirar este rostro que la mira: extiende sus brazos, se levanta; para el abrazo sólo basta un diminuto esfuerzo de ternura, y me rodea, mi madre, como cuando era niño, y este cuerpo está lleno, en esos momentos, de todos los conceptos y alegrías. Mi má... ¡cuánto la amo!
¡Felicidades!

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