miércoles, noviembre 15, 2006

Fuera de Ogarrio

Esto es un caleidoscopio muy aburrido y tengo una terrible sed, una impaciencia tremenda, quisiera escapar. En las tardes no hay caléndulas. Deseo caminar envuelto por ese cielo gris, es mi único pensamiento. Llega la noche y absorbe mi sueño, y me acecha esta habitación; si al menos fuera triste—pienso—le encontraría cierta belleza. Lo único que puedo hacer es escribir, pensarme lejos de aquí. Recordar: salimos ya sin la pesada carga de las maletas, yo estaba contento, pues iba contigo, pero tú lucías intranquila. La violencia de las montañas no nos asustaba y la carretera estaba lista para nosotros. Nos subimos a la camioneta de la pasma, y nos llevó—los dejaremos en la que va a Matehuala—dijeron. El paisaje era inabarcable con la vista, cactos gigantescos alfireteaban el cielo, el polvo rojizo de las montañas parecía que te hacía llorar. Los policías vacilaban, y cuando volteabas a verme sonreías leve. Parecía que imaginabas a todos aquellos que llevarían nuestros objetos como suyos en par de días. Cuantos Alonsos y cuantas Carmenes andarían por allí, haciendo infinitesimales paseos. Lo que me alegraba era que estaría ese recuerdo viviendo siempre, corriendo, caminando, encontrándonos. Entonces nos bajaron—hasta aquí—dijeron. Sin ningún peso en la bolsa, pediríamos raid, y eso te emocionó mucho. Calculamos que demorarían mucho en levantarnos, la vía lucía vacía, recta infinita, y todo alrededor era un montón de cerros rojizos, de nubes aisladas. La tarde se nos venía encima, y nos hacíamos muy pequeños. No pasaba nada. El cielo abría sus ojos, mil estrellas parecían diademas en el cabello de Carmen. Una motita a lo lejos nos dio alcance, era un camión materialista color naranja. Se detuvo dos metros y nos llevó. El conductor era un joven muy sonriente y silencioso. Nunca habíamos estado en un vehículo que llevara los asientos tan altos, y nos hacía felices. Mirábamos cómo se terminaba el color ladrillo del paisaje y una fila de árboles pequeños empezaba a aparecer, después hombres en bicicleta, autos empolvadísimos, una ventana por la que se asomaban dos gatos. Aquí nos bajamos, el conductor amabilísimo nos acercaba a Matehuala, donde podríamos conseguir efectivo para componer el viaje. Atravesamos el pequeño pueblo solitario, e hicimos paradas a varios coches. Subimos a una 4x4, hambrientos y poco cansados, nos sentamos y estuvimos en silencio alejándonos del polvo, y de nosotros. Las llantas zumbaban en la carretera y la intermitencia de la línea blanca en el asfalto me anestesiaba. Carmen tomó su cuaderno y empezó a dibujar sobre el pentagrama a las personas que iban en la cabina: era un señor de gafas muy oscuras y gemelos sonrientes, creí que éramos nosotros; entonces las luces anunciaban sorpresas y Matehuala. El trayecto duro poco, me hubiera gustado seguir mucho más tiempo, con el viento despeinándonos, inhalando un fino frío, y mirando lo pequeño que son los habitantes del mundo. Nos dejaron en el centro, al lado estaba el banco y cómo deseé que no tuviera lana, prefería seguir caminando, pero no podía ser egoísta. Tomé todo lo que tenía y después fuimos a comer. Estábamos sucios y nos aseamos un poco en el baño del restaurant. Hicimos planes de tomar un bus para Dolores, ya muy noche, y dormir en él para no gastar en hospedaje y tener más para nosotros. Compramos los boletos y después vagamos haciendo tiempo en el centro del pueblo—es el lugar más feo en el que he estado—decía Carmen—es un lugar muy frío—sin embargo yo sentía que la vida era maravillosa. El frío nos picaba y gastamos el dinero que teníamos en un rebozo. Carmen se lo puso y yo la vi más hermosa que el mundo. Ella era toda risas, parecía que olvidaba de una vez el robo de nuestras cosas, el robo de su identidad en un país desconocido, el robo de partes de su vida, el robo de recuerdos, el robo de afectos, el asalto a su intimidad, y yo, sentí que al perder la maleta me habían robado lo triste de mi vida, la soledad, el enojo, la apatía; y entonces miré su cara toda llena de las luces de la plaza y la miré todavía más linda, más hermosa. Y en mi corazón amé la vida.

Camino a Matehuala

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