lunes, junio 09, 2008

Trío

Te lo dije, recuerdas... Habíamos ido a la Plaza, el paseo vespertino. Si no hubiera sido por el clima, la naturaleza del tiempo, las inquietudes, los caprichos. Íbamos los tres: Marco, tú y yo. Si no fuera porque Marco sugirió el helado, que era una promesa de amainar el calor. Sin sospechar que ese aperitivo fugaz, que ni siquiera mitigó el tiempo, nos cambiaría. Eso estaría bien, decía con sus gafas puestas, objeto que lo hacía ausente y presente a la vez, porque a través del óvalo oscuro podía mirarnos, ser testigo, juez. Total, si no mirábamos sus ojos, era como si sólo estuviéramos los dos. Tú llevabas esa blusa que compramos meses atrás en Santo Domingo, los labios carmesí, pero el clima te abochornaba, parece que te sedujo al momento la propuesta de Marco, la insinuación del helado, y yo, por prolongar tu sonrisa me ofrecí a ir por ellos. Atravesaría esa calle donde el destino empezó a mover sus infames piezas. Más fácil que me hubiera ocurrido un accidente: un automovilista alocado, un chicle en las suelas de mis zapatos, un grito tuyo, de esos que me decías por las mañanas: quédate aquí, pero no... no hubiera ido, o quizá... Pero esto, esta acción que vaticinó Marco al momento de hacer la sugerencia, me condenó a desoírte a desmirarte. Por qué no me detuvo alguien, algún despistado peatón, algún poli para infraccionarme por caminar rápido. Por qué tuve que agobiar tu sonrisa, si ya estabas contenta, para qué más. Por qué siempre este sentimiento de insatisfacción, en todo momento. Si estamos tristes tratamos de sentirnos más tristes, si alegres, también lo hacemos. Crucé la avenida y llegaban a mí los recuerdos: papá despidiéndose cuando el bus se iba por esa misma calle donde ahora pasaba, los recuerdos los imaginaba como canicas que salían de mis bolsillos rotos: ese primer sueldo que me metí al mezclilla estimado, que se perdió entre el ir y venir de los paseantes. Las veces que te esperaba, que te cantaba, que te hablaba parco y con la cabeza gacha, porque me intimidabas hasta tal punto, que a veces me daba miedo mirarte, sufría cuando tu presencia envolvía mis pasos, sin embargo estaba feliz de que te fueras conmigo. Como aquel paseo a Pachá, aquella caminata que duró varias horas y nos recostamos vencidos por el cansancio en el vientre de la pirámide, y me regalaste colores, y me hiciste besos en la piel, yo estaba muy contento, y entonces, miré ese abismo delante de nosotros, cómo es la naturaleza--dijiste--y me dio miedo, me asustó tanto creer que te morías, que podrías estar cayendo a ese abismo de ausencia, a ese abismo cuando no estabas tú, al abismo de un futuro sin ti. Pero me reías, me abrazaste y alejaste todos mis miedos.

ps. primero

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