lunes, junio 01, 2009

Escritos en dos tiempos.

¿Escucharas el teclado? ¿escucharas su respiración entre palabras, su despertar calibrado a dedos? Insomne. Horas de cuadrilla, horas dulces, de cantos de sirena, de antologías, de exámenes propedéuticos. Horas intensas en las que te pienso como si viera la anatomía de una paloma, con sus alas extendidas y sus ojos disecados. ¿Puedes, me estás escuchando? Yo veo el absoluto silencio de la tarde, cómo se despliega, cómo bate, cómo se ancla en el contorno de una ciudad que se va borrando. Ojos de esclavos en los vecindarios; de las balaustradas los perros gimen ladridos inertes y los amantes se envuelven en caricias ocultos por cortinas verdes . ¿Me ves, podrá esta tarde traerte? Podrías ser un soplo ligero y allanar el antepecho de la ventana; tal vez ser una palabra que callo y que surge a las otras. En mi vida estás. Horas pequeñas. Mundo que acaso calla. Yo lo callo. Cierro mis ojos para desaprender. Dejo los relojes en la habitación de la imaginación donde estabas diciendo que me amabas, y tus besos eran plomo, pero el amor no es el metal que éste dejaba en mis labios, su sabor es una cosa incomprensible y extraordinaria. Ahora que la tierra humedece tu vientre y que tu cabello asciende entre los árboles y la vida no cesa su avance, inexorable, y me acuchilla; ahora que me hago pequeño al pensarte y tu nobleza desfigura mis razones; ahora que la espera deshace estas caricias que tenía para darte porque no encuentro un cuenco donde depositarlas; ahora que te has ido y que al llevarme en ti dejaste sólo mis palabras y los haces de luz que se desplegaron en el cielo como un manto abierto; ahora quedo estático, mudo, solo, sin rima y sin objetos. Y la tarde permanece igual previendo la furia posible de la noche. Esta tu boca que ronda en mí, estas tus manos que crean lo posible, éstas… las mías, que penosas parecen desistir. Sucumbo y resisto. Y por eso sufro, porque adonde tú no ves es mi camino, adonde tú no tocas son los muros y los pisos donde se demora mi vida. Porque ahora, adonde tú duermes yo quisiera descansar mi ruidoso lamento y ser parte de ese sueño congelado y bello… y yo, alejado de todo, quedo exiguo de aliento, ermitaño en la ciudad de caras grises con sus montañas empapadas de fuego y las sonrisas diurnas; donde el sol se escurre por las cloacas, y gritos de perros furiosos me persiguen como una trampa. Palabras deshaciendo este fluir. Entonces empiezo a desbordarme, y soy los colores que veras mañana: imposible de tocar, imposible de mirar, imposible de estar, sólo siendo una presencia en las cosas que hacen al mundo, en los diálogos. ¡Ah, si este calor me librara de todas las esperanzas! y yo, incómodo, desistiera de mis impulsos, entonces podría ser como el pájaro que vuela empañando la claridad del cielo. Noche ligera, por qué tienes que llegar, por qué acabas con el tiempo. Por qué tu cuello no es más alto para concebir un día más longevo y primitivo donde pudiera estar simplemente, franco, parco, feliz, contigo. Pero no es este tiempo lo que me acelera, no son estas manos que me impulsan como si fueran pasos, es algo más, es un intento, algo que se me traba en una parte del pecho y que duele cuando sale, cuando lo anuncio, y encuentro en este duelo una esperanza, un yo más real, algo que imanta mi presencia a ti.

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