jueves, febrero 07, 2008

Journey

Habíamos escrito sobre la mudanza. Habíamos dicho que las cosas habían dejado, a fuerza de estar mucho tiempo sin cambio de lugar, su contorno, dibujo preciso que unas manos y ojos sensibles podrían notar al ver el espacio vacío. Hay que tomar una foto del sitio con las cosas fijas—le dije a hmna—y otra cuando esté ya sin nada. Pero hmna no asintió. A la casa sólo le queda la piel, es un cuerpo sin corazón, sin entrañas. Y a nosotros no nos queda nada, sólo, quizá, las palabras donde podremos mencionarla, las pláticas… porque avanzando los días irá quedándose lejana como esos pueblitos azules que entre-vemos cuando vamos de viaje. Todavía hay objetos que se resisten a salir: los hoyitos de clavos adheridos a la materia pétrea, los continentes que apareció el café en la alfombra, la cinta diurex, que creímos invisible, y nos sirvió para pegar ocasionales estampas, recortes de periódicos, dejó sus límites en vidrios, paredes. El sonido de la buganvilla; sus hojas irán acumulándose en el pasadizo de la entrada, hasta que vengan otras manos con utensilios a removerlas, a descubrir los rastros que dejamos al dejar la casa. La abertura de la terraza, que allanó—como dice Lawrence—la partida.
Wolfgang Tillmans

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