martes, mayo 05, 2009

Lontananzas

Es difícil saber si en los miles de millones de movimientos de rotación y traslación de la tierra, ésta se hubiese desviado un poco de su órbita o hubiese sufrido un leve ladeo. Tal conjetura viene a cuento porque para octubre de 1946, al menos en la región central de Coahuila, hacía un calor de los mil demonios. El desconcierto de la gente era tan grande como para prever que el clima no iba a cambiar en noviembre, ni en diciembre, siendo que muchos fantaseaban con la posibilidad de celebrar la navidad sudando y abanicándose. Lo que nunca había ocurrido, ahora sí y ¡ni modo!: el desplazamiento climático era un hecho y tal vez hasta enero, o quizás hasta febrero, comenzaría el frío, no tanto como para enchamarrarse empeoradamente, pero sí algo. Incluso no faltaban unos que pensaran que el verdadero clima gélido (el de siempre) empezaría en marzo o en abril del año siguiente, y lo más exagerado era que algunos cuantos pensaran que ya nunca haría frío sobre la faz de la tierra y que tampoco llovería (ni de broma) y blablablá; pero tampoco nadie de por ahí hallaba la causa inequívoca de este fenómeno, casi todos lo atribuían a una venganza divina. Acaso todo esto se debiera a que la humanidad se estaba portando tan mal que merecía lo peor: un calor perpetuo y matón, a lo bestia, ¿verdad? Ojalá que no, pensaban otros: que Dios apretaba, pero que era incapaz de destruir lo que él mismo había creado.

En fin, lo del calor se pone por encima en el entendido de que los miles de historias que suceden por estos confines estarán supeditadas a un derretimiento perpetuo. Ojalá que no, pensamos nosotros, nomás porque es conveniente pensarlo así.

Es más, adelantémonos de una vez a los augurios fantasiosos de la prole de por acá para revelar -acaso vulnerando el decurso lógico de una trama- que para diciembre de 1946 de un día para otro el clima dio un vuelco tremendo. Primero cayó un aguacero (con granizo matador) en gran parte de la región, lo que provocó, casi de inmediato, que se dejaran venir vientos muy helados, sobre todo del norte y del oeste; fue así, y lo que sigue lo abordaremos a su debido tiempo... De modo que ahora se antoja abanicarse.


En "La necesidad de santidad", texto de Daniel Sada.

No hay comentarios.: