lunes, mayo 02, 2011

Mayo

Mi padre dormía. Nos dijo al teléfono que descansaba, que la marcha había sido, una vez más, exitosa. Aún con fuerzas pisa la calle Sonora y baja por la pendiente de Niños Héroes. Las banquetas a esta hora aún están calientes. La noche ennegrece la bahía: es lo que sus ojos alcanzan a ver. Los locales abiertos al mediodía son censurados por las taquerías y bares que iluminan la avenida. Baja. Su descenso palpa el contorno del barrio. La soledad no lo inmuta. Como un gato sin hacer ruido piensa en la marcha de hace unas horas. Toda una vida condenada al trabajo. Trabajar es exiliarse de vivir cuando no hallas en él el aliento de la vida. La marcha es un paraíso de tristezas. De fracasos ambulantes. De gritos que no lastiman a nadie. Y el sol pesa demasiado como los años de los que caminan. Piensa todavía. También llorar es posible. Llorar en el puerto es romántico todavía, a pesar de las matanzas y las bolsas llenas de restos, de las masacres continuas. Un día la bahía podría vaciarse y se vería él en el hueco. Oquedad bella. Tránsito, carros aúllan veloces. Mujeres caminan a prisa. Perros olisquean la basura. El sudor lo recorre, es implacable. De qué me sirve esta fuerza de los pasos--imagina, y recorre con sonrisas las voces de sus hijos, de su mujer: su secreta fuerza, lo que lo mueve.

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